Creo que no se puede decir nada más de los lamentables sucesos por los que Errejón, supuestamente uno de los mayores aliados del feminismo, ha tenido que dimitir. En España, como hoy recuerdan algunos columnistas, se nos da muy bien apedrear. Sobre todo, si de la pedrea se puede sacar rédito político. Entonces la pedrea se transforma en lapidación.
El espectáculo es dantesco. Todo él. Los hechos y el carroñerismo político y periodístico.
Y fue dantesco el comunicado. Escupiendo al cielo del neoliberalismo.
Y dantescas son las explicaciones de la izquierda y la solución: cursos de machismo para dirigentes políticos.
Pero, por aportar, voy a dar alguna idea para ese curso que están pergeñando entre Yolanda y Mónica.
Y mis ideas van en relación a ese punto ciego –la idea no es mía sino de mi brillante redactor jefe– del que nadie habla. Porque no queda progre.
La responsabilidad de una agresión –o de una cuasi agresión– es personal: lo de echarle las culpas a la salud mental, las adicciones, el capitalismo o el insomnio está feo.
Pero tan absurdo es escurrir el bulto de la responsabilidad personal como no reconocer que, entre unos y otros, quizás estamos alimentando una cultura que es el humus perfecto para que crezcan comportamientos lamentables y unas relaciones entre hombres y mujeres absolutamente tóxicas.
Y, sí, por supuesto que Spiderman no tiene la culpa de que un niño se tire por la ventana. Faltaría más. Pero, a lo mejor, si ese mismo niño crece con Élite, merienda con Hentai, perrea con Anuel AA y se acuesta con el porno, acaba equivocándose, como Errejón, de personaje. Y se cree que es un galán, cuando lo que es, es un cerdo (y el término ahora es de mi también brillante compañera de redacción). Y lo peor es cuando no solo se equivoca de personaje el niño… sino que se equivoca la niña. Que creció con Disney para después pasarse a wattpad, se enganchó a 50 sombras de Grey y, también, como el chico, al porno. Y se creyó Karol G. Para después comprobar que, a lo mejor, lo del amor tóxico y el sexo violento está bien en el perreo pero no en la vida real.
Leyendo estos días las denuncias, la conclusión es que los protagonistas –unos, pero también otras– se han equivocado de personaje. Y en este caso no son niños. Que hablamos de hombres y mujeres instalados –como poco– en la treintena.
Total, que, como el objetivo de esta columna no era criticar sino aportar al curso de machismo de Sumar, ahí van dos ideas:
La primera, en forma de dieta detox de productos hipersexualizados (que, como se ve, no afectan solo a los niños). Restricción de contenidos tóxicos de los que consumimos a diario en pantallas y redes. Y dosis altas de buenos libros, series y películas. Si puede ser, también a diario.
Relacionado con esto: un curso sobre formación de la identidad. Sobre lo que significa ser hombre y mujer. Lo que es amar y lo que es egoísmo. Como libros de texto, sirven los del punto anterior: los clásicos, los rusos, Aristóteles, Hanna Arendt y la teología del cuerpo de Juan Pablo II. Por empezar con algunos. Este curso quizás evite más equívocos entre persona y personaje.
¿Que suena a puritanismo? Quizás. Pero si las leyes, el progreso, las banderas, los aliados y el propio catecismo de cierta izquierda han fallado habrá que pensar en otros medios. Como desempolvar las “viejas” virtudes… Y volver a las humanidades.
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Y no nos olvidemos que no son solo los consumidores masculinos el problema, sino también de quienes se vuelven “productos” de consumo masculino a cambio de fama o dinero. Pasan de puntillas.