Entre 1991 y 1999 estuvo infiltrada en la banda terrorista ETA Elena Tejada, una agente de 20 años, recién salida de la Academia de Ávila, tras ser reclutada por un alto mando de la Policía Nacional (Luis Tosar). Elena rompió todos sus lazos familiares y se introdujo en la izquierda abertzale haciéndose pasar por Aránzazu Berradre Marín (Carolina Yuste), una supuesta militante del Movimiento de Objeción de Conciencia de Logroño. Se convirtió así en la única mujer que convivió en un piso con dirigentes de ETA, concretamente con dos componentes del Comando Donosti: uno más tratable e idealista, Kepa (Iñigo Gastesi); el otro, Sergio (Diego Anido), un despiadado asesino, machista y grosero. Eran los años sangrientos de los asesinatos de Gregorio Ordóñez y Miguel Ángel Blanco, y también de las falsas treguas de la banda armada.
En este notable thriller policial, la bilbaína Arantxa Echevarria confirma que se le da mucho mejor el drama (Carmen y Lola, Chinas) que la comedia (La familia perfecta, Políticamente incorrectos), y que es una excelente directora de actores. Como casi siempre, Luis Tosar, Víctor Clavijo, Nausicaa Bonnín y Pedro Casablanc se hacen uno con sus personajes secundarios, más o menos convencionales. Iñigo Gastesi y Diego Anido encarnan a los etarras sin caricaturas maniqueas ni concesiones buenistas, y Carolina Yuste vuelve a demostrar que es una de las actrices más versátiles de su generación haciendo propio el cóctel explosivo de pavor, rabia, repugnancia, soledad y sentido del deber en el que malvive Arantxa.
A estos buenos resultados actorales ayuda mucho el sobrio guion de la propia Echevarria y Amèlia Mora, que suple la escasez de secuencias de acción impactantes –alguna hay– con una rigurosa definición de personajes y una hábil dosificación de las intrigas y la tensión dramática. En este sentido, se agradece que –sin dejar de mencionar los GAL, el caso Lasa y Zabala, o la permanente rivalidad entre la Policía Nacional y la Guardia Civil– las guionistas eviten los trazos gruesos y las deformaciones ideológicas o partidistas.
Todo esto, unido a la siempre inquietante música de Fernando Velázquez –que aúna ancestrales ritmos vascos con angustiosos efectos electrónicos–, se traduce en una buena película de género, muy apropiada en estos momentos en que el fantasma de ETA vuelve a hacer su aparición en la política y en la opinión pública españolas.
Jerónimo José Martín
@Jerojose2002