Una película sobre la muerte es la más luminosa del Festival de San Sebastián

publicado
DURACIÓN LECTURA: 3min.
Una película sobre la muerte es la más luminosa del Festival de San Sebastián
Pilar Palomero en la presentación de “Los destellos” en el Festival de San Sebastián, 2024

Llevo tres días en el Festival de San Sebastián… Y ya podría irme. Ya tengo película. Si fuera jurado tendría Concha de Oro.

Llevo tres días en San Sebastián y todavía no he comido ningún pincho. El mar solo lo he divisado de lejos. He visto trece películas. He bebido más de dos docenas de cafés. He pasado treinta horas encerrada en una sala de cine. Me han torturado algunos cineastas con películas imposibles. Otros me han entretenido.

No quiero presumir de mártir. Cubrir un Festival no es bajar a la mina, y dedicarse a la crítica de cine es un privilegio. A pesar de los madrugones y las horas –muchas– perdidas tratando de encontrar, en ese llamado “cine de festival”, algo que conecte con el drama humano o, como diría Plotino y después Aristóteles, con los trascendentales del ser: con la verdad, la belleza y el bien. Y es apasionante encontrar semillas de estos trascendentales en las películas que se van sucediendo (una a las ocho de la mañana, después a las 12, más tarde a las siete de la tarde o pasada la medianoche). Y también frustrante cuando compruebas que hay una parte del arte, y del cine, deshumanizado y deshumanizante.

Y, por eso, cuando aparece en la programación una película como Los destellos, el último título de Pilar Palomero, la directora de Las niñas y La maternal, uno lo vive como una epifanía.

Los destellos es una adaptación libre, muy libre, del relato de Eider Rodríguez Un corazón demasiado grande. Cuenta la historia de una mujer divorciada y con una hija universitaria que se enfrenta a la enfermedad terminal de su primer marido. Un primer marido al que hace años que no trata pero que sigue siendo el padre de su hija. Tiempo habrá, y lo haremos en estas páginas, de diseccionar el valor de esta película. El arriesgado e inspirado casting, las soberbias interpretaciones, el uso de la fotografía, la clarividente apuesta por un cambio de las localizaciones… No me interesa eso ahora, sino la capacidad que tiene el cine de ser un espejo de la realidad, de la posibilidad de identificarnos con los personajes y, como consecuencia, del poder catártico del cine, del poder de hacernos mejores personas.

Y confieso que, en las doce películas anteriores, sin ser malas, no encontré rasgos de esa catarsis. La culpa será mía, probablemente. Valorando los elementos que tienen de buen cine, me resulta difícil identificarme con los complejos conflictos identitarios de un buen número de las películas que he visto. Nunca he querido cambiarme de sexo como el protagonista de Emilia Pérez, ni me he sentido pájaro como el entrañable personaje de Birdman. Ni siquiera me ha tentado transmutar en veinteañera como le ocurre a Demi Moore en La sustancia. Una cosa es que no me terminen de hacer gracia mis arrugas y otra que esté dispuesta a retroceder en el tiempo. Con lo que nos cuesta crecer…

Y, sin embargo, es muy fácil conectar con esa hija o esa esposa o ese amigo que vive los últimos momentos de un ser querido. Es sencillo entender cómo la enfermedad pone patas arriba no una vida, sino unas cuantas. Cómo lo que era importante pasa a ser anecdótico. Y lo imprescindible, superfluo. Y se intuye cómo en estas situaciones las relaciones mutan, cómo el cuidado se erige en protagonista y el cariño en el único e imprescindible aliado. En el fondo, como señala uno de los protagonistas, el contacto –siempre indeseado– con la muerte termina arrojando una potente luz sobre lo que significa vivir. La muerte pone muchas cosas en su verdadero sitio. En el sitio que tienen que estar.

El cine, como el arte, la cultura o la política, están enfermos de cinismo, presos de una materialista huida hacia delante y hay que ser muy valiente para ir contracorriente. Para echar el freno, poner al hombre frente a sus realidades más esenciales –frente a la verdad– y extraer de ahí nuestra mejor versión.

Paradójicamente,una película sobre la muerte es, de momento, la más luminosa del Festival.

Un comentario

  1. Estupendo y clarificador artículo. Sólo un pequeño retoque: «como diría Aristóteles y después Plotino (un siglo después)». Aunque, a decir verdad, ninguno de los dos trató en profundidad el tema de los trascendentales del ser… Eso ocurrió bastante después.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.