Hijo de la productora Cristina Huete y del cineasta Fernando Trueba, Jonás Groucho Trueba lleva el cine en su segundo nombre y en las venas. Por eso ha sabido labrarse desde 2000 —cuando se dio a conocer con el corto Cero en conciencia— una sólida carrera en el cine gourmet y humanista, ajeno a las modas y en el que, sin perder una marcada personalidad propia, se adivina la influencia de Eric Rohmer, Woody Allen, el cine independiente made in USA y el cine de su propio padre. Así lo demuestran películas de ficción como Todas las canciones hablan de mí, Los ilusos, Los exiliados románticos, La reconquista, La virgen de agosto y Tenéis que ir a verla, o el original documental Quién lo impide. Ahora estrena el que es quizás su mejor film, Volveréis, Premio a la Mejor Película Europea en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 2024.
Ale (Itsaso Arana) es una directora de cine con cierto éxito. Álex es un actor con una carrera irregular pero estable. Tras quince años siendo pareja y, sin una causa concreta, deciden dejar de vivir juntos. Pero “estamos bien”, dicen como un mantra a sus alucinados familiares y amigos, que no comprenden su decisión —han sido siempre un modelo de buen rollo— y mucho menos su ocurrencia de celebrarla con una fiesta de separación, siguiendo así una vieja idea del padre de ella (Fernando Trueba), también cineasta, que siempre ha dicho que deberían festejarse los divorcios en vez de las bodas. Mientras ellos dos siguen con sus trabajos y deciden la fecha, el lugar y el programa del evento, todo el mundo parece convencido de que volverán a estar juntos.
Funciona como un reloj el sutil guion del propio Jonás Trueba, con la colaboración de los dos protagonistas: Itsaso Arana —su pareja en la vida real— y Vito Sanz, amigo íntimo del cineasta madrileño, y al que suele emplear en sus filmes como alter ego. Con un tono elegante, culto y sereno, sin frivolidades ni deformaciones ideológicas, Trueba retrata la fragilidad de sus personajes, hijos de un tiempo en el que muchos no comprenden que el amor perfecto no existe, y que todas las relaciones humanas son siempre parcialmente insatisfactorias y exigen constantes esfuerzos y concesiones para mantenerse a flote. Unas autolimitaciones de la propia libertad en aras de la del otro, que cuesta aceptar en una sociedad tan individualista y hedonista como la dominante en las sociedades desarrolladas.
Todo ello, con un tono fresco, entrañable y hasta divertido, que permite el lucimiento de los actores y saca brillos a un Madrid tan humano, entrañable y acogedor como esos frágiles personajes. Unos seres de carne y hueso cuya autenticidad tiene mucho que ver con la autoconciencia de su falta de referentes éticos sólidos, a pesar de sus numerosos referentes cinéfilos —de Leo McCarey a Ingmar Bergman— y filosóficos, con La repetición, de Soren Kierkegaard, y El cine, ¿puede hacernos mejores?, de Stanley Cavell, como libros de cabecera.
Jerónimo José Martín
@Jerojose2002