Elogio de la interioridad

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Elogio de la interioridad
CC Chinmay Singh

Es complejo describir en su conjunto una cultura, pero siempre se puede anotar algunos rasgos. Cultura, en sentido antropológico-cultural, es la suma de ideas, creencias, técnicas, hábitos, etc. que configuran a un conjunto humano. Uno de esos rasgos de la cultura actual es, quizá en mayoría, el escaso cultivo de la interioridad, debido, en gran parte, a la creciente tendencia hacia la dispersión. A eso se añade un individualismo cerrado en sí mismo. Hay otro individualismo en el que la individualidad, el ser uno mismo, con una fuerte interioridad, se pone al servicio de los demás. Pero eso, en la cultura actual, parece minoritario.

La tendencia a la dispersión se ha dado siempre, porque es humana y está muy unida a la diversión, que es buena para la salud mental. Pero hoy la dispersión está favorecida por la cantidad y variedad de estímulos “cortos”, consecuencia de la copia virtual de la realidad que han traído la computación y la informática.  Miles de millones de personas dedican horas diarias a seguir comentarios e imágenes en redes sociales. Y ahí se unen diversión con dispersión.

Nicholas Carr, en un libro de 2010, Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (edición en castellano en 2011), anotaba que la cultura se está volviendo superficial a través de las búsquedas en Internet, porque los usuarios se suelen quedar únicamente con la información más rápida y sencilla que puedan obtener. Porque así lo quieren, pues Internet es también un lugar desde donde se pueden descargas libros enteros, muchos de ellos clásicos, cuya lectura es una posibilidad de mayor profundidad en la compresión de las cuestiones esenciales de la vida humana.

La dispersión alimenta y fomenta áreas del cerebro que están estructuradas para los datos y respuestas puntuales, algo necesario en la vida. Pero si, a la vez, no se fomentan otras áreas cerebrales, las que permiten la profundización, se puede llegar a una exteriorización de la propia vida o, lo que es lo mismo, al no cultivo de la interioridad.

Hasta hoy mismo, la gente más lúcida está atenta a la inscripción que, se dice, estaba en el oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. O también a ese enigmático verso de una oda de Píndaro: “Para que llegues a ser lo que eres”. San Agustín, recogiendo esa tradición clásica y hermanándola con la fe cristiana, aconsejaba: “No quieras ir fuera: en el interior del hombre habita la verdad”.

El cultivo de la interioridad lleva a formularse preguntas sobre lo esencial humano: el sentido de la vida, la raíz de la libertad, la naturaleza del amor, la relación con Dios. Eso requiere un entorno de silencio y de soledad, del tipo que Lope de Vega describía en un poema: “Porque para estar conmigo, me bastan mis pensamientos”.

“Nada sin mi móvil”, parece ser la consigna, hoy, de millones de personas. No quieren perderse nada de lo que se dice en las redes. Así, están continuamente “saliendo” de sí mismas, empleando el tiempo en lo exterior y no en lo interior. Por eso no se aprende a amar el silencio y la “soledad sonora”. Esto me ha recordado un pasaje de Pascal, en Pensamientos, donde, en su prosa paradójica, afirma: “He descubierto que toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: no saber quedarse tranquilos en una habitación”.

Solo y tranquilo y pensando: qué es de mi vida, la que va por dentro.

3 Comentarios

  1. Vale. Pero no está demostrado que estar muy conectado nos haga más superficiales. Lo facilita pero no lo obliga. Además ahora podemos acceder a mejores fuentes de información y contrastar mejor las noticias. Y eso lo saben los digitales.

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