A sus 47 años, el director y guionista Thomas Lilti está consolidando una filmografía caracterizada por un optimismo antropológico y un aprecio por la bondad humana capaz de transformar el mundo en un lugar mejor.
En la excelente Hipócrates (2014) recordó su pasado como médico en un hospital urbano, y en la entrañable Un doctor en la campiña volcó su experiencia como médico de familia en un entorno rural. Mentes brillantes hablaba de la preparación del examen para ser médico interno residente y del desgaste del opositor.
Los buenos profesores no es La clase de Laurent Cantet (a mi juicio, una obra maestra), pero es una notable película sobre el oficio de educar. El claustro de profesores de un instituto parisino recibe a un joven biólogo que no pensó inicialmente en dedicarse a la docencia. Será profesor de matemáticas de alumnos de 14 años.
El peligro de hacer una película coral, que se interesa por el trabajo de media docena de profesores sin conceder especial protagonismo a los alumnos, era grande, y Lilti lo maneja con acierto, primando algo importantísmo en la educación: hacer equipo. Los apuntes de la vida familiar de los profesores son los justos y necesarios. Ayuda a Lilti un reparto excelente en el que están unos magníficos Cluzet, Lacoste, Exarchopoulos y Bourgoin. Como la reciente película alemana Sala de profesores, la película –amena y atractiva– ayuda al espectador a entender mejor los retos a los que se enfrenta la enseñanza media obligatoria en los países del primer mundo. El título original es muy bueno, el español no. La secuencia del comité de disciplina es brillante y actualísima.
