El historiador Marcelo Gullo profundiza en este ensayo en el camino iniciado en el anterior, su exitoso ensayo titulado Madre Patria. Ambos comparten el objetivo de defender a España ante el “Tribunal de la Historia” por los supuestos desmanes cometidos durante el descubrimiento de América, si bien desde perspectivas distintas. Si entonces se ocupó de desmentir la leyenda negra remontándose a su raíz (lo que llamaba “el huevo de la serpiente”) y mostrar que se debió a intereses propagandísticos de potencias rivales, la prioridad ahora es ensalzar el legado del Imperio español ante una gesta única. Sin negar los errores, el historiador argentino despliega el mismo estilo de viaje hasta las fuentes para mostrar que, en el cómputo global, lo positivo destacó muy por encima de lo negativo.
Para el autor, España llevó a América una cultura que sintetizaba lo mejor de Jerusalén, Atenas y Roma, asumiendo la tarea como una misión trascendente y dando lugar a la primera globalización exitosa. Pero esta visión del mundo que ponía la fe en el centro pronto chocó con un incipiente orden mundial basado en el egoísmo como motor de la historia que buscó sacar rédito político y económico y desestabilizar a España tomando la parte por el todo en sus actos censurables en el Nuevo Mundo.
La defensa del imputado se realiza desenmascarando las fechorías e incongruencias de aquellos “jueces parciales con testigos falsos” que caracterizaron a España como una nación sanguinaria, intolerante, machista y liberticida. Por este ajuste de cuentas histórico desfilan personajes ilustres como el dominico Bartolomé de las Casas, principal cómplice interno en el origen de la leyenda negra; reformadores religiosos como Martín Lutero y Calvino; el padre del liberalismo libertario John Locke; los presidentes de EE.UU. George Washington y Thomas Jefferson, y hasta políticos recientes como Margaret Thatcher. Tampoco se olvida de analizar las actuaciones de Holanda, Inglaterra y EE.UU. en los territorios que conquistaban y donde prevalecían la segregación y el exterminio de los pueblos locales.
¿Cómo es posible, entonces, que el relato que se impuso fuera tan diferente a la verdad factual? La conclusión es que se debió a la sustitución del concepto de “pasado como historia” por el de “pasado como memoria”, dos formas antagónicas de relacionarse con lo pretérito. La historia como ciencia debe verificar y confrontar los datos que maneja, mientras que la memoria es fragmentaria, subjetiva y sujeta a manipulación. Por todo ello cobra valor este libro en el que la profusión de fuentes y datos ayudan a situar en su debido contexto procesos históricos complejos y que dejan al lector que extraiga sus propias conclusiones.