“Una promesa es una promesa”, recuerda Amor a sus hermanos Anton y Astrid tras la muerte del padre. Diez años antes, cuando murió la madre tras una grave enfermedad, Amor oyó a su padre prometer que cumpliría con los deseos de su esposa: que en agradecimiento a los cuidados que la sirvienta Salome había tenido con ella, debían dejarla en propiedad la pequeña casa en la que vive dentro de los terrenos de la propia granja. Sin embargo, la promesa no se cumple y se convierte en el intermitente hilo conductor de una accidentada historia familiar que se extiende durante varias décadas.
La muerte y los funerales son el aglutinante de la familia. Dividida en cuatro largos capítulos, cada uno está centrado en la muerte de un familiar, que propicia la reagrupación, siempre con aristas y sombras, y en las que se va comprobando la evolución conflictiva de cada uno de los protagonistas: la madre, que muere por enfermedad en el primer capítulo; el padre, casi una década después; los hermanos Astrid y Anton; y, por último, Amor, la más joven, quizás el personaje que da más unidad y entidad al relato, aunque sus apariciones suelen ser breves, pues ya desde hace años vive lejos de Pretoria y ha emprendido una vida en solitario. En sus reencuentros, Amor siempre reivindica que la familia debe cumplir la promesa que se le hizo a Salome.
La acción se sitúa en Sudáfrica, que vive momentos muy convulsos. De refilón, aparecen los grandes acontecimientos que marcan la vida política y social de este país a partir de 1986, cuando surgen las revueltas contra el apartheid, que culminan con la llegada al poder de Nelson Mandela. Estos sucesos afectan a la situación económica de la familia y al destino de sus amistades.
Pero lo que Damon Galgut (Pretoria, 1963) quiere destacar, más que los cambios que se dieron en una Sudáfrica que conoce muy bien, es el proceso de desintegración de la familia, más pendiente cada uno de satisfacer sus caprichos que de fortalecer la vida conjunta. El autor disecciona a cada uno de los personajes y apenas encuentra en ellos valores sólidos que den sentido a sus vidas. Ni siquiera Anton, que renegó del servicio militar y emprendió una vida nómada, consigue canalizar su rebeldía y acaba viviendo de las rentas familiares.
De alguna manera, sus vidas tienen contacto con la religión, y el autor ofrece un muestrario de diferentes posibilidades: la madre es judía, el padre pertenece a la iglesia reformada holandesa, Astrid se ha convertido con su nuevo marido al catolicismo. Anton, por su parte, desconfía de todas las religiones, aunque su mujer, Desirée, forma parte activa de un grupo de meditación trascendental oriental. De Amor sabemos que es lesbiana, vegetariana y que ha decidido dedicarse como enfermera a atender a las personas más pobres y desvalidas, sin buscar nada a cambio. El autor, sin cargar las tintas y sin convertir este asunto en prioritario, ofrece una imagen ácida de la presencia de la religión en las vidas de cada uno de los personajes. Y sorprende su desconocimiento a la hora de abordar algunos aspectos de la religión católica, como el papel de la confesión.
Novela dura, a ratos poética, intimista, con un desarrollo literario original, pues las historias se van desgranando de manera continuada, sin solución de continuidad, salvo los cuatro paréntesis que provocan las sucesivas llamadas de los funerales. Al interés sociológico y político (el retrato de la familia Swart puede ser un paradigma de la Sudáfrica blanca y de la evolución que se dio en este país en un momento histórico clave), hay que sumar el profundo análisis psicológico de unos personajes que se enfrentan a la vida desde posiciones existenciales variadas y con las que el autor realiza un áspero examen de la condición humana. La promesa fue la obra ganadora del Premio Booker 2021.