La reciente polémica sobre el vestuario del equipo femenino noruego de balonmano playa pone de manifiesto un problema con raíces profundas en la sociedad: ¿el fin –hacer un deporte más atractivo– justifica los medios –cosificar a la mujer–?
A mediados de julio, el equipo femenino noruego de balonmano playa plantó cara a la vestimenta reglamentaria prescrita para las competiciones, que estipula como única cobertura física un sujetador deportivo y una parte baja de bikini “con un ajuste ceñido y cortadas en ángulo ascendente hacia la parte superior de la pierna”, con un máximo lateral de diez centímetros, según dictamina la Federación Internacional de Balonmano. Las jugadoras vistieron en el partido por la medalla de bronce del campeonato europeo unos shorts deportivos en vez de la “braga” –tal como la describen algunas jugadoras–, una decisión que fue completamente respaldada por la Federación Noruega de Balonmano (NHF). «Recibí un mensaje 10 minutos antes del partido en el que decían que llevarían ropa con la que estuviesen satisfechas. Y tuvieron todo nuestro apoyo», contó el presidente de la NHF, Kåre Geir Lio, a NBC News.
Si se compara el uniforme reglamentario femenino con el equivalente masculino, es comprensible la decisión de las jugadoras.
Indignación en las redes
El culmen fue la multa de 150 euros por jugadora que supuso esta desatención a la normativa, y que fue impuesta por la Comisión de Disciplina de la Federación Europea de Balonmano. La indignación generalizada en las redes sociales no se hizo esperar. La cantante P!nk ofreció en su cuenta de Twitter pagar la multa de las jugadoras, retransmitiendo su orgullo de que el equipo noruego luchase contra las imposiciones sexistas. Entre las múltiples acusaciones en redes, priman las que tildan a los organizadores del campeonato y a la Federación Internacional de Balonmano de machistas y defensores de una vestimenta que cosifica y sexualiza a la mujer en un entorno en el que el foco debiera estar en el despliegue deportivo del equipo y no el físico de las jugadoras.
Estas discrepancias tienen la función de “disculpar” la falta de feminidad de las deportistas en modalidades tradicionalmente masculinas
“La disculpa femenina”
Emily Wughalter, catedrática estadounidense de Educación Física y Kinesiología, acuño en 1978 el término “la disculpa femenina”, en el original “the female apologetic”, que intentaba servir de explicación a las llamativas diferencias en la vestimenta y también en ciertos ejercicios entre las modalidades masculinas y femeninas. Estas discrepancias –vestir de forma más “femenina”, llevar lazos y brillantina, realizar ejercicios y movimientos más vistosos– tienen la función de “disculpar” la falta de feminidad de las deportistas en modalidades tradicionalmente masculinas, como pueden ser el voleibol, el balonmano o la gimnasia deportiva. Para compensar la fuerza, agilidad y la naturaleza competitiva de estos deportes, las gimnastas decoran su pelo con lazos y las jugadoras de balonmano playa se ven obligadas a competir en bikinis.
Este concepto de Wughalter fue ampliado por Elisabeth Hardy, del departamento de Kinesología de la Universidad de Manitoba, al considerar a los medios de comunicación como impulsores de esta percepción y promotores de una jerarquización por género. Un hecho que se ha podido ver en los juegos de Tokio 2020, con titulares como “la tenista, ex de David Broncano, se clasificó este martes para los cuartos de final”, o “La admiradora de Nadal que ha destronado a Ledecky en los 400 libres”.
La yuxtaposición entre atletismo y feminidad sigue vigente en algunos deportes 40 años después de que fuese introducido el concepto de “la disculpa femenina”, y plantea la cuestión de por qué existe la necesidad de hacer un deporte más “femenino”, es decir, cosificar a la mujer y convertirla en un espectáculo vistoso para el público.
Cuando el cuerpo femenino se convierte en espectáculo
Los problemas relacionados con la vestimenta deportiva también afectan a los hombres (por ejemplo, en deportes acuáticos –la natación, el waterpolo y el buceo– donde se puede dar más a menudo su cosificación), pero tienden a recaer en su mayoría sobre las mujeres.
El vestuario del equipo noruego es un ejemplo de ello. Pero no el único. En 2011, la Federación Mundial de Bádminton intentó dictaminar que las jugadoras de élite femeninas llevasen faldas o vestidos al competir, con el objetivo de ayudar a reavivar el disminuido interés de los espectadores por el bádminton femenino. En 2012, la Asociación Internacional de Boxeo Amateur propuso (sin éxito) que las deportistas llevasen faldas al competir, para diferenciarse de los hombres. Cabría suponer que el simple hecho de ser mujer ya es un suficiente diferenciante para distinguir a las deportistas de los hombres, pero, al parecer, una falda lo aclara más.
Entornos que no comprenden una visión de la mujer como ser humano con una dignidad intrínseca, sino como objeto de deseo que embellece el espectáculo
Esta exposición de las mujeres como objeto de deseo para fomentar la visualización y el atractivo de un deporte no es un fenómeno que solo afecte a atletas. Es conocida la imagen de las azafatas de parrilla –las paragüeras– sujetando la sombrilla a los corredores de Fórmula1 y MotoGP, vestidas con atuendos minúsculos y muy ajustados. O también la de mujeres dejando el carmín en la mejilla del ganador en una vuelta ciclista. Entornos que no comprenden una visión de la mujer como ser humano con una dignidad intrínseca, sino como objeto de deseo que embellece el espectáculo.
Por suerte, el sentido común ha prevalecido y estas prácticas están siendo eliminadas progresivamente. Pero cabe igualmente preguntarse en qué tipo de cultura vivimos para que haga falta –o que organizadores consideren que haga falta– que los deportes sean “embellecidos”, es decir, hipersexualizados, para ganar espectadores.
Peor rendimiento
El problema del equipo noruego con el uniforme actual no es solo la cosificación de la mujer, sino su efecto negativo sobre el rendimiento deportivo de las jugadoras. Cuando se usa bikini, cuenta a The Lily Hammerstad –jugadora veterana del equipo noruego–, es más difícil concentrarse en el partido. “Tienes que estar corriendo, haciendo movimientos atléticos”. Un mal gesto y el uniforme puede dejar de estar en su sitio. En una carta que envió en 2006 la Federación Noruega de Balonmano a la Federación Internacional –y a la que tuvo acceso el New York Times– se solicitaba que las porteras tuviesen permitido usar uniformes que aportasen una mayor cobertura porque, al jugar, utilizan todas las partes de su cuerpo para bloquear los tiros. Una petición que fue desatendida.
La lógica de convertir un deporte en “atractivo” para el público pero que quita la atención de ese mismo deporte es fundamentalmente errónea
La entrenadora del equipo francés, Valérie Nicolas, apoyó públicamente a las jugadoras noruegas y dijo al periódico noruego Verdens Gang que había perdido jugadoras por la equipación reglamentaria: no querían competir con tan poca ropa. “Las jugadoras me dicen que están incómodas, se sienten desnudas y observadas”. Según afirmó Gang, “es un deporte con mucho movimiento y el bikini te obstaculiza”.
Resulta comprensible que el equipo noruego lleve quince años abogando por un cambio de vestuario, hasta ahora, sin éxito.
La lógica tras el intento de convertir un deporte en “atractivo” para el público pero que, precisamente, quita la atención de ese mismo deporte y condiciona el rendimiento físico de las deportistas, es fundamentalmente errónea.
Hora de cambiar
En 2012, la Federación Internacional de Voleibol cambió las directrices de vestimenta al introducir una variedad de opciones reglamentadas para los uniformes. Manga larga, manga corta, short, bikini, con la posibilidad de escoger lo que mejor se adapte a la propia preferencia y con lo que los jugadores se sientan más cómodos al competir.
También la Federación Europea de Balonmano (EHF) ha emitido un comunicado en el que su presidente Michael Wiederer dice que se revisarán los códigos de vestimenta. «Puedo confirmar que la EHF hará todo lo posible para garantizar que se pueda llevar a cabo un cambio en el reglamento de los uniformes de los atletas. Se harán esfuerzos significativos para seguir promoviendo el deporte de la mejor manera posible para todos, independientemente del género», concluyó.
Un ejemplo que han dejado los Juegos Olímpicos de Tokio es el cambio en la vestimenta del equipo alemán de gimnasia femenina, que compitió con bodis deportivos de pernera larga, sustituyendo los tradicionales bodis que solo cubrían las nalgas. Este uniforme está dentro de los permitidos por la competición, pero ninguna deportista lo había usado hasta ahora en unos Juegos Olímpicos.
En junio de este año, el equipo de gimnasia estadounidense cambió su normativa para permitir que las gimnastas compitan con shorts por encima de sus bodis –igual que los hombres.
Ante todos estos cambios, es preciso no olvidar el incendio que ha provocado en las redes sociales la situación de las deportistas noruegas, una muestra del profundo descontento generalizado por cómo se trata al cuerpo femenino en la esfera pública y cómo influye la vestimenta en la forma de sentirse y ser vista, y de competir.
Porque sí: lo que llevas puesto importa.