Trump: un guerrero contra la izquierda “woke”

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Donald Trump, en un mitin en Arizona. CC: Gage Skidmore

 

En 2016, Donald Trump llegó a la Casa Blanca con la promesa de “hacer a Estados Unidos grande de nuevo”. Entonces puso el acento en el nacionalismo económico, aunque no renunció a librar la batalla cultural. Ahora, cuando los partidarios de la ideología woke claman revancha, el líder republicano promete a sus votantes salvaguardar su estilo de vida.

El Partido Republicano presenta a estas elecciones el programa de 2016. No ha querido hacer uno nuevo, alegando que los pocos delegados reunidos en la Convención del pasado agosto, a causa de la pandemia, no debían decidir por el resto. En la resolución que explicaba la decisión, aprobada el 22 de agosto, el Comité Nacional Republicano reiteró la adhesión del partido a la agenda America First.

Al día siguiente, Trump –que sí era partidario de actualizar el programa– hizo pública en la web de su campaña una lista de prioridades para su segundo mandato. Bajo el eslogan “¡Luchando por ti!”, el brevísimo texto combina promesas concretas –una vacuna contra el coronavirus para finales de 2020– con otras de una vaguedad y un tono típicamente populistas –“acabar con el acoso de los burócratas a los ciudadanos y las pequeñas empresas”–.

Dentro de la agenda America First, Trump promete traer de China un millón de empleos del sector manufacturero; deducciones fiscales para los fabricantes de productos made in America; mano dura con la inmigración ilegal; seguir retirando a EE.UU. de conflictos bélicos y traer a casa a las tropas estadounidenses; exigir a los países aliados que aumenten el gasto militar, etc. Otras prioridades son: una nueva rebaja de impuestos; más agentes de policía frente al vandalismo; “construir el mayor sistema de infraestructuras del mundo”; reducir los precios de los medicamentos con receta y otras medidas para disminuir la factura sanitaria de los estadounidenses, etc.

Victorias políticas

Trump no aspira a sorprender a sus votantes. Más bien, les ofrece el mismo trato de siempre: vosotros me votáis y yo peleo por vosotros en Washington. Si en 2016 existía la duda de si cumpliría las promesas que había hecho al electorado conservador –uno de los puntales del Partido Republicano–, ahora están despejadas. Esto le ha hecho ganar puntos, incluso entre los Never Trumpers, como se conoce a los republicanos y conservadores que en 2016 se opusieron al hoy presidente. El comentarista político Nathan Blake era uno de ellos, pero el 3 de noviembre votará a Trump. Aunque no le gusta ni está de acuerdo con todo lo que dice y hace, aprecia que ha dado la cara en aquellos asuntos que más le importan.

Entre las victorias que Trump ha servido en bandeja a los llamados “votantes de valores” o “conservadores cristianos” hay abundantes medidas a favor del derecho a la vida del no nacido; numerosas garantías a la objeción de conciencia y a la libertad religiosa; nombramiento de jueces conservadores; libertad educativa… Cuestiones que vuelven a aparecer en su lista de prioridades para un segundo mandato.

Trump ofrece a sus votantes el mismo trato de siempre: vosotros me votáis y yo peleo por vosotros en Washington

Si el presidente no entusiasma a todos los que le votan, al menos es preferido a su alternativa. Danielle Pletka, investigadora sénior en el American Enterprise Institute, era otra Never Trumper. Pero ahora teme más la censura de la izquierda identitaria. “A pesar de sus defectos, Trump podría ser todo lo que se interpone entre nuestra imperfecta democracia y la tiranía de la izquierda woke”.

El enemigo que merecen

Junto a victorias tangibles, en un nivel más íntimo, Trump ha traído a los conservadores respeto y reconocimiento. A quienes se sienten ninguneados por la cultura dominante, él les dice que sus valores y su estilo de vida son legítimos. Ralph Hancock, profesor de Ciencias Políticas en Brigham Young University, resume este sentir: “Nuestra cultura favorable a lo woke deja claro que la gente como yo, la gente que no abraza la visión progresista de la vida y de la sociedad, simplemente no cuenta. (…) Y cuando se reconoce nuestra existencia, es solo como objeto de bromas o de burlas”.

De ese estado de ánimo habla también en Vox Ezra Klein, de tendencia izquierdista. El Partido Republicano –observa– controla la Casa Blanca, el Senado, el Tribunal Supremo y algo más de la mitad de los estados. Sin embargo, los conservadores sienten que están perdiendo la batalla cultural y que les falta crudeza para resistir a un laicismo agresivo.

En este contexto, Trump ofrece protección y poder. A pesar de las objeciones que le siguen poniendo parte de sus votantes, le ven como “un luchador callejero preparado para una era de combate político. Los conservadores cristianos creen, con razón o sin ella, que su sentido de la rectitud, su corrección y su gentileza les ha frenado [en las guerras culturales], con resultados desastrosos. Pero Trump actúa sin restricciones. Es el enemigo que a su juicio merecen los laicistas”.

Además, los conservadores están convencidos de que los progresistas usarán cualquier medio a su alcance para lograr su objetivo de transformar la cultura y la sociedad. Ellos, en cambio, se ven a sí mismos más escrupulosos y reacios a pensar que el fin no justifica los medios.

El fin y los medios

Klein no entra a rebatir. Simplemente quiere describir la mentalidad que, en su opinión, está detrás del apoyo a Trump por parte de un sector de sus votantes. Pero cita de pasada un contraejemplo que cuestiona la pureza de los medios republicanos: la batalla por la vacante del Supremo que dejó el juez Antonin Scalia en 2016. Le tocaba a Obama proponer un candidato, pero los republicanos –con mayoría en el Senado– se negaron a abrir el proceso de confirmación, alegando que era un año electoral, justo lo que han hecho ahora.

Al ejemplo de Klein cabe añadir otros: el asesinato del general iraní Qasem Soleimani, presentado por la Administración Trump como “una acción defensiva”; el empleo de insultos y descalificaciones como estrategia política, con el consiguiente deterioro de la paz social y del debate público; las presiones al presidente de Ucrania para que investigara a Joe Biden y a su hijo (el Senado, de mayoría republicana, absolvió a Trump de los cargos de abuso de poder y obstrucción en el impeachment)…

Aunque no han faltado voces críticas entre los conservadores, en general la tendencia ha sido a hacer la vista gorda por miedo a la revancha de la oposición. ¿Qué hay de malo en aceptar el poder que Trump ofrece, si sirve para salvaguardar ciertas libertades básicas? Y si Trump es divisivo, ¿no lo son también los demócratas?

Alan Noble, profesor de la Oklahoma Baptist University, comprende el temor. Ciertamente, la pérdida de la Casa Blanca y del Congreso acarrearía importantes retrocesos en la protección del derecho a la vida del no nacido y de la libertad religiosa y de conciencia. Con todo, cree que el movimiento conservador necesita alejarse de la estrategia de someter la verdad al poder. De lo contrario, se quedará sin nada que ofrecer.

En efecto, explica en Public Discourse, si hay una idea central al conservadurismo es la convicción de que existe una ley natural a la que todos –sean de izquierdas o de derechas– pueden mirar para descubrir una verdad sobre el hombre. Pero si ya no importa la búsqueda de ese puñado de verdades y los ciudadanos dejan de ser conciencia del poder, entonces la vida social y política se verá reducida a una lucha de identidades. 

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