A través del violín que Ardèvol ha dejado en herencia a su hijo Adrià, se articula esta novela de personajes, de objetos simbólicos que convocan a su vez otros relatos y una historia del mal encarnada en dos personajes que parecen multiplicarse y alcanzar varias generaciones.
La novela, publicada originalmente en catalán, tiene esos tres ejes que se entrelazan. El inmediato es el de los personajes principales: Adrià ArdÈvol y su padre. La falta de amor de ese hijo único del que su padre ha querido hacer un genio no acaba de ser suplida por la herencia de coleccionista que lega el padre a su hijo. El violín es otro eje, como objeto-símbolo que reúne en sí acciones en las que se ha concentrado el mal y el egoísmo por la avaricia para poseer ese objeto único y valioso que es el Storioni.
El violín y un cuadro que preside el estudio de Ardèvol que representa una ermita catalana concitan bellas páginas en las que el arte está presente sin erudición vanidosa. Cabré ha hecho una clara dicotomía en la que contrastan la belleza de la música y del violín, del arte y de los cuadros, de los libros y de sus páginas –lo particular y lo universal– con el mal que llevan inscrito en su propia historia.
Y aquí tenemos el tercer eje, en el que la novedad estilística es el vehículo para mostrar el mal, llevado a cabo en nombre de ideas, instituciones o bienes más altos. Se trata del nazismo y la Inquisición, que son presentados casi como indistinguibles entre sí.
Cabré salta en el tiempo y en el espacio, fundiendo y casi confundiendo a veces, personajes de distintas épocas. El lector distingue las voces, que se superponen y llegan a resultar escalofriantes por las similitudes entre el nazi y el eclesiástico. Pero la historia del mal que presenta Cabré resulta muy frecuentada literariamente y él no le aporta novedad. Y resulta, además, falta de rigor histórico en su tratamiento temático. Formalmente, la ruptura de la linealidad temporal que realiza y la descontextualización en la que se apoya, a su vez, es novedosa, incluso vanguardista y de calidad. Es su mejor aportación.
La prosa es fluida y lleva al lector en volandas por siglos de historia, por el encadenamiento de historias que acaban siendo, en ocasiones, la misma, pues el mismo personaje adopta nombres distintos. Al lado del eje del mal, la vida de Adrià con su amigo violinista profesional, su búsqueda del primer amor de una mujer resultan ser una historia consistente, al mismo nivel estilístico y de calidad humana que el resto de la novela.
Cabré intenta hacer una filosofía de la historia y hace una buena novela. La novela es ambiciosa, pero le falta soltar ciertos lastres ideológicos que van en su contra en lo que ha querido decir sobre el mal.