Fiona Maye es una prestigiosa magistrada británica, del Tribunal Superior de Justicia, especializada en asuntos de familia y de menores de edad. Tiene casi sesenta años y está casada con Jack, profesor universitario. Los dos viven cómodamente en Londres, están muy bien situados y mantienen una variada y calculada vida social que incluye una gran afición por la música clásica. La absorbente entrega a sus profesiones les llevó en su momento a tomar la decisión de no tener hijos.
Sin embargo, este mundo seguro y racional en el que viven se viene abajo un día cuando Jack dice a Fiona que va a emprender una aventura sexual con una joven. No le dice que quiere separarse e iniciar una nueva relación sino que ella, por el bien del matrimonio, debe aceptar esta experiencia de su marido. Fiona rechaza de manera tajante la insólita propuesta de Jack, que hace las maletas y abandona el domicilio conyugal.
Sumergida así en una profunda crisis personal, Fiona debe aparentar normalidad en su vida y seguir adelante con su intenso trabajo. En esos días, además, tiene que juzgar el polémico caso de Adam, joven a punto de cumplir dieciocho años y está enfermo de leucemia. El caso ha saltado a la opinión pública porque Adam es testigo de Jehová y no acepta las transfusiones de sangre necesarias para evitar la muerte.
El autor se demora en este asunto jurídico y médico, clave en la novela, y explica las diferentes posiciones del pleito. Cuando escucha a todas las partes, Fiona decide hacer una visita al hospital para conocer en persona a Adam.
Fiona se encuentra con un joven muy seguro de sus convicciones, aunque repita lo que le han dicho sus padres y otros testigos de Jehová Además, Adam es sensible, aficionado a la música y a la poesía. El encuentro resulta muy cordial, y la compleja –nada morbosa– relación entre los dos marca el posterior desarrollo de la novela.
El estilo está muy acorde con los personajes y con el tema jurídico-médico de la novela. Ian McEwan (Reino Unido, 1948), una de las voces más sólidas de la literatura inglesa contemporánea, explica con detalle la burguesa vida de la protagonista, que refuerza unas convicciones existenciales basadas en el racionalismo y la modernidad. Para Fiona, todas las piezas encajan en su inmediata realidad: el trabajo, la relación con su marido, sus amistades, la música. La crisis que vive, matrimonial y profesional, pone en cuestión este mundo de seguridades, al igual que también sucedía a Henry Perowne, el protagonista de Sábado, quien asiste con perplejidad a una cadena de imprevistos en su vida. Fiona no entiende la religión ni la fe (ni la de Adam ni ninguna otra); incluso considera que la religión puede ser un peligro y un retraso para la humanidad. Como tantos de su generación y de su mundo, sus convicciones existenciales se centran en el aquí y ahora.
Los sucesos que se cuentan en la novela tambalean este sólido y racional mundo. Como ha afirmado McEwan en una entrevista, “creo que diría que estoy menos interesado en atacar la religión y más en examinar cuál es la base de nuestro comportamiento moral una vez que hemos dejado de creer en algún tipo de ser natural, de Dios. Y reconocer que esa racionalidad tiene sus límites, que es una invención humana tanto como la religión. Quería ver qué pasa cuando la ley secular se confronta con la fe sincera”.
Sin embargo, la novela no va más allá McEwan se queda en la mera descripción de esa crisis, que no llega a ser ni siquiera existencial. McEwan fuerza quizá en exceso las historias y las resoluciones, prefabricando así un argumento interesante pero un tanto anodino, al que quiere dotar de trascendencia personal y generacional.