Luis Sepúlveda (Chile, 1949) debutó en 1993 con Un viejo que leía novelas de amor, novela que cosechó un gran éxito. Tras un recorrido en el que ha combinado diferentes géneros, regresa a sus raíces con El fin de la historia, con una trama negra y de espionaje en torno a la dictadura de Pinochet que enhebra acontecimientos relacionados con la Rusia de Trotski o la Alemania nazi.
Sepúlveda alterna diversas épocas y planos geográficos e históricos para construir un mosaico de conexiones socio-políticas que engarza en una novela de aventuras contada con ritmo implacable. Está basada en un hecho real, ya que en 2005 llegó a Chile una delegación de cosacos con la pretensión de conseguir la libertad del asesino Miguel Krassonf, un auténtico atamán, que constituye el grado máximo de los cosacos con cierta significación militar.
El protagonista es Juan Belmonte, personaje que creó en su novela Nombre de Torero. Ahora es un exguerrillero y exmiembro de la escolta de Salvador Allende, en cuyo mandato personificó arriesgadas hazañas. Vive apaciblemente con su compañera Verónica, apartado de su tormentoso pasado, ya que fue encarcelado y tuvo que exiliarse; también ha intentado olvidar las desdichas ajenas, como las torturas que soportó Verónica en Villa Grimaldi.
La acción se inicia cuando vuelve a ponerse en contacto con Kramer, un antiguo oficial del KGB, que le quiere confiar una misión especial. Belmonte accede a la petición con la sospecha de que se juega algo serio pero, en conciencia, sabe que no le queda más remedio que acudir: “No. No podemos huir de la sombra de lo que fuimos”. El encargo consiste en localizar a dos oficiales de la inteligencia rusa que pretenden rescatar a un preso.
El exguerrillero, consciente de que se enfrenta a una misión compleja, refresca sus habilidades y enlaza de nuevo con su red de contactos. Con suma facilidad, halla el paradero de los dos oficiales, lo que le hace sospechar que quizás le estén tendiendo una trampa. Con estos mimbres, la segunda parte es un trepidante thriller en el que el presente se mezcla dolorosamente con el pasado.
Sepúlveda narra con brillantez a través de un formato de género negro y con las herramientas de una prosa seca, diálogos entrecortados, estilo sobrio y expresivo, recursos adecuados para una trama protagonizada por matones, espías, sicarios, agentes y policías.
El fin de la historia es una novela desnuda de artificio y pergeñada con belleza formal, a modo de envoltorio de un relato que deja asomar apuntes de la brutalidad de la que es capaz el ser humano. Y en el centro, la personalidad y las andanzas de un héroe con nombre de torero.