El profesor Antonio Spadaro, director de la revista La Civiltà Cattolica, ha agrupado en un libro varios estudios de especialistas en la diplomacia vaticana, relativos a distintas áreas geográficas mundiales. Il nuovo mondo di Francesco bien podría contestar a aquella clásica pregunta de Stalin sobre el número de divisiones que tiene el Papa. No cabe duda de que la visibilidad y la capacidad de influencia del pontífice son mayores que en la época de Pío XII, pero algunos analistas internacionales, así como ciertos políticos, no acaban de ver en términos de eficacia la acción diplomática de la Santa Sede. Solo parecen fijarse en que el mundo está salpicado por infinidad de conflictos y tragedias, con las consiguientes crisis humanitarias. Quien todo lo mide en categorías de eficacia, no dejará de reconocer la labor pacificadora de la Santa Sede, si bien relegará a la diplomacia vaticana a un papel secundario, de una categoría inferior a los grandes actores de la política internacional.
Una diplomacia poco “diplomática”
Sin embargo, de la lectura de este libro se deduce lo contrario: la acción del Papa Francisco no puede encasillarse en categorías clásicas de la diplomacia, y ni mucho menos restringirse a expresiones de buenos sentimientos. Por el contrario, la diplomacia papal es la manifestación del más sano de los realismos: el que lleva a hablar con todas las partes implicadas, sin mostrar preferencia por ninguna, para seguir tendiendo puentes para la paz y la justicia. No es el realismo del cálculo, o del cinismo, practicado por políticos en distintas épocas de la historia. Es una diplomacia realista que busca sanar heridas sin excluir a nadie.
Por tanto, no es una diplomacia maniquea, con una concepción ideologizada de la religión que adopta rasgos apocalípticos. Esto produce una mentalidad de gueto, desde la que se critica a Francisco acusándole de pactar con el mundo. Pese a todo, no es en absoluto realista, aunque se intente justificar con argumentos externos, la idea de una Cristiandad a la defensiva que espera un inminente fin de los tiempos. Esto sería mundanidad, una obrar conforme a las categorías del mundo, por emplear los términos ignacianos que gustan al pontífice.
Francisco no es dado a categorías drásticas en torno a la política. Tal y como señala Antonio Spadaro, el poder político no puede revestirse de sacralidad, como en los imperios del pasado, ni aparecer como una encarnación diabólica. Esta visión maniquea excluye el diálogo con todas las partes, y han de existir resquicios para encontrar puertas abiertas incluso en las situaciones más complejas.
El discurso sobre las raíces cristianas de Europa sigue formando parte de la doctrina papal, pero ahora se construye desde el lenguaje de la misericordia y de la justicia
El papado no va por el mundo en busca de alianzas coyunturales, lo que tiene el efecto de convertir a Francisco en un líder creíble incluso para los no católicos y los no cristianos. Su diplomacia pone en práctica la cultura del encuentro, a la que se refería Bergoglio en su etapa de arzobispo de Buenos Aires y que fue reiterada en la exhortación apostólica Evangelii gaudium.
Spadaro llama la atención que en el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2018, el Papa haga referencia a la “plenitud de los tiempos”, un término que no identifica con condiciones óptimas o favorables. Por el contrario, la dominación romana en la Palestina del siglo I no reunía estas condiciones, aunque la plenitud de los tiempos había llegado porque Dios se hizo presente en la historia. En consecuencia, para la diplomacia de Francisco, la plenitud de los tiempos conlleva tomar la iniciativa con la cultura del encuentro, que no es ni estrategia ni táctica. Es una diplomacia poco “diplomática”.
Un ojo de carne y otro de cristal
Il nuovo mondo di Francesco es también un recorrido por distintas áreas geográficas, la mayoría de ellas visitadas por el Papa argentino. Entre ellas podemos detenernos en dos: la latinoamericana de sus orígenes, y la europea, donde reside en la actualidad.
Para Francisco, América Latina es un continente poliedro, una figura que agrada a un pontífice que rechaza las uniformidades artificiales. Su idea del continente se sintetiza en esta frase dirigida a los obispos de México en su viaje a este país en febrero de 2016: “Solo mirando a la Morenita [la Virgen de Guadalupe] se comprende México en toda su integridad”.
Por lo demás, Francisco emplea un símil del escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias y señala que existen dos formas de mirar: con un ojo de carne, con el que vemos, y con un ojo de cristal, con el que soñamos. El primero sirve para mostrar la dureza de la realidad, pero el segundo implica que lo trágico no tiene la última palabra. La percepción del Papa es, por tanto, muy diferente de quienes siguen percibiendo el escenario latinoamericano con los esquemas de la guerra fría. Las dificultades son evidentes: México y América Central salpicados por la violencia y el narcotráfico; Colombia enfrentada a numerosos obstáculos para su proceso de paz; Venezuela envuelta en una atmósfera de guerra civil…
Pero el Papa Bergoglio no ha dicho adiós a la esperanza, y en sus viajes a los países de la región no se olvida de las periferias de una geografía marcada por el dolor. Cree que la verdadera esperanza cristiana, la que busca un reino de Dios no sujeto a convicciones ideológicas, genera siempre historia.
Francisco y Europa
Respecto a Europa, en el libro no se elude la percepción de que el mensaje del Papa Francisco no es lo suficientemente escuchado en Italia, lo que estaría en relación con las carencias socioeconómicas del país, con la salida masiva de una juventud que está despoblando el sur del territorio, el mismo lugar al que llega la inmigración clandestina. Las propuestas de Francisco de dar acogida a los inmigrantes chocan con una desconfianza de la población autóctona, que se ha traducido en el reciente ascenso electoral de los partidos populistas.
La diplomacia papal tiene el sano realismo de hablar con todas las partes implicadas, sin mostrar preferencia por ninguna, para seguir tendiendo puentes
Pese a todo, la postura del pontífice sobre la inmigración responde también a criterios de realismo, pues las propuestas contrarias representan estériles y retóricas ideologías que están en los límites de la utopía. Con todo, el problema de los refugiados es un problema de Europa que, pese a todo, recompensó a Francisco con el Premio Carlomagno en 2016.
Vivimos una Europa muy diferente a la de san Juan Pablo II, otro gran europeísta. Ya no hay muros, pero ahora las realidades son tan fluidas como confusas, los soberanismos adquieren nuevos impulsos y los grandes líderes políticos brillan por su ausencia. En la época actual se ha confirmado que Europa ha dejado de ser el centro del mundo y tampoco es un centro irradiador del cristianismo. En consecuencia, la Iglesia no se construye a partir de Europa sino que pasa a tener una proyección global, con la consiguiente importancia de las periferias, a las que gusta de referirse el Papa Francisco. Con todo, según afirma Spadaro, el discurso sobre las raíces cristianas de Europa sigue formando parte de la doctrina papal, pero ahora se construye desde el lenguaje de la misericordia y de la justicia, desde la defensa de una política de rostro humano por encima de las ideologías.