Tercera entrega de la serie que protagoniza Lorenzo Falcó, miembro de los servicios secretos del bando nacional durante la Guerra Civil española. Su jefe, el Almirante, le ordena una nueva misión: debe trasladarse a París haciéndose pasar por un millonario cubano para sabotear las acciones de propaganda que está llevando a cabo un conocido intelectual francés, Leo Bayard, con mucho prestigio en el mundo de la cultura y que participó, como aviador, en el bando republicano durante la guerra civil. Además, recibe el encargo de impedir que Picasso termine un cuadro que le ha encargado la República para la Exposición Internacional de París de 1937.
Como en las anteriores novelas de la serie, Falcó y Eva, Pérez-Reverte combina los hechos reales con elementos de ficción. La ambientación está muy conseguida: en este caso, el ambiente de parte del exilio español en la capital francesa y las acciones de los servicios secretos de diferentes países, que utilizan la guerra española para sus fines particulares. También el ambiente de fiestas y diversión en que se mueven ciertos intelectuales, artistas (como Picasso) y famosos, que aparecen con nombres reales o ficticios, muchos de ellos partidarios de la República.
Cumplir su cometido no va a ser nada fácil, pues Falcó tendrá que esquivar continuamente a sus enemigos. El ritmo es el propio de una novela de aventuras de estas características, aunque, cuando ya se conoce el carácter del personaje y su catadura moral, se intuyen algunas de sus acciones y comportamientos. Por ejemplo, como en las otras entregas, no faltan los episodios sexuales con los que Pérez-Reverte parece decirnos que si no aparece este ingrediente como sea y donde sea, la novela y el personaje están incompletos.
Falcó es otro ejemplo de personaje típico de la literatura de Pérez-Reverte. Es un mercenario, asesino, sin ideología definida, sin escrúpulos, violento, inmoral, que vive constantemente en el filo de la navaja. A la vez, es una persona íntegra, ética a su manera, impasible ante el cumplimiento del deber, muy profesional, con un elevado concepto de la amistad. Tiene una larga lista de actuaciones en su hoja de servicio en diferentes conflictos europeos y mundiales, donde ha podido comprobar la maldad del ser humano, su egoísmo y el constante empleo de la mentira y la violencia para hacerse con el poder. Por eso es un escéptico de los grandes ideales y de las ideologías, en conflicto en esos años, y se define como “patriota de sí mismo”, que respeta solo sus reglas del juego. Para Pérez-Reverte, a su manera es también un “héroe”, aunque su escala de valores no coincida con la de los demás. O sea, el mismo y previsible protagonista que se repite en casi todas sus novelas.