José Antonio Latorre, catedrático de Física Teórica en la Universidad de Barcelona, despliega su capacidad divulgadora para reflexionar sobre una posible ética para máquinas robotizadas, que emplean inteligencia artificial basada en redes neuronales. Cree que se deben establecer claramente líneas rojas para que los humanos no dejen de ser imprescindibles en ese escenario futuro del que ya hemos empezado de alguna manera a participar.
A lo largo de la obra, Latorre describe características específicas del ser humano y refleja cómo las máquinas pueden reproducirlas. Esto no es nuevo: el matemático y criptógrafo Alan Turing afirmaba que la inteligencia de una máquina sería semejante a la humana, si un humano, por muy inteligente que fuera, no pudiera distinguir si mantenía una conversación con otro ser humano o con esa máquina (test de Turing).
El autor lleva más allá esta propuesta y reflexiona sobre un “test moral”, planteándose si la inteligencia artificial es un agente moral y, por tanto, se halla sujeta a criterios éticos. Se trata de una cuestión importante. Por ejemplo: ¿un coche autónomo es responsable del atropello de un peatón? Muchos países se están planteando que los robots paguen impuestos. Para Latorre, la conciencia es el fruto de un muy enmarañado procesamiento, fundamentado en la complejidad cerebral, y descarta cualquier injerencia de lo espiritual, aunque respeta las creencias personales, de las que afirma que pueden ser emuladas por las máquinas inteligentes con tal de que se les añada suficiente grado de complejidad.
Tras repasar diversas corrientes, el autor llega a la conclusión de que sí es posible, y necesaria, una ética para máquinas. Pero Latorre mantiene una línea de pensamiento en la que, aunque no se desprecia formalmente el cuerpo, se disocia del alma, identificada con la inteligencia, en un suave maniqueísmo.
En cualquier caso, su objetivo, sostiene, no es estudiar qué es el alma, sino hablar sobre ella despreocupadamente para invitar a la reflexión. Tampoco pretende descubrir cuál es su esencia, sino describir cómo la inteligencia artificial debería imitarla para afinar en ese test de Turing, en el que la percepción indistinguible de la realidad se fundamenta en una emulación del lenguaje.
En suma, se trata de un texto de lectura muy agradable, lleno de ideas sugerentes y de profundidad cultural, escrito con cierto talante positivo. Para su lectura no es necesaria una formación anterior especializada. Puede, por otra parte, resultar muy útil para hacerse una composición de lugar y tiempo sobre las implicaciones de la inteligencia artificial y la robotización progresiva en la que nos estamos viendo inmersos a un ritmo insospechado.