En una nota a pie de página del capítulo sobre escritores en lenguas minoritarias, de Grandes figuras de la literatura universal y otros ensayos, Luka Brajnović afirma que El látigo vivo, del eslovaco Milan Anton (Milo) Urban (1904-1982) –publicada en 1927–, es una de las mejores novelas sobre la Gran Guerra. Buena noticia, por lo tanto, que se acabe de traducir por primera vez al castellano.
Como señala Alejandro Hermida en el prólogo, no se describen acciones bélicas, sino “la intrahistoria de la Primera Guerra Mundial en una aldea eslovaca”. El relato es estremecedor, muy dramático. Con una prosa expresionista, torrencial, llena de metáforas y comparaciones muy vivas, de diálogos y de buenas descripciones del lugar –una zona montañosa, cerca de la frontera entre Eslovaquia y Polonia–, Urban, que se inspira en lo que vivió de niño, da fe del sufrimiento de la gente corriente y de todos los males y horrores –tanto físicos como morales– que la guerra desencadena. En la estructura de la novela hay cierto desorden, pero tiene capítulos memorables, como el que narra el dolor de todo el pueblo, obligado a entregar la campana de la iglesia para fabricar cañones para la guerra.
Novela coral, pero en la que destaca un grupo de personajes bien caracterizados, en los que se manifiesta la complejidad de las personas y la capacidad tanto para el bien como para el mal. Cabe preguntarse: ¿no habrá cargado demasiado las tintas al describir tanta maldad, tanto abuso, tanto sufrimiento, tanta violencia? Milo Urban ofrece un lamento universal por la paz, por la justicia, por la educación y por la libertad de los hombres, y un testimonio de que las guerras causan males irreversibles y dejan heridas difíciles de restañar. El escritor eslovaco se inspira en Dostoievsky, en Tolstói, en Andréiev, entre otros, y se nota, porque estamos ante una obra clásica de la literatura eslava.