El Nobel de literatura no es solo para la ficción

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En unas declaraciones a Le Monde (5 octubre 2001), el secretario permanente de la Academia Sueca, Horace Engdahl, explica la evolución del Premio Nobel de Literatura.

Debemos sentirnos libres para redefinir la propia noción de literatura, su función, su naturaleza. En el testamento de Alfred Nobel figura una disposición interesante sobre las obras históricas, filosóficas, los ensayos de carácter literario o paraliterario. La posibilidad de premiar obras de este tipo se ha utilizado poco hasta ahora. Se puede citar a Mommsen (1902), a Bergson (1927), a Bertrand Russell (1950) o a Winston Churchill (1953), galardonado por sus cualidades de orador. Pero en cualquier caso son pocos.

Sin embargo, hoy día asistimos a un deslizamiento de la literatura, que se abre cada vez más a representaciones en las que no prevalece la ficción pura. Se difumina la frontera entre las obras fruto de la imaginación y aquellas en que la búsqueda de la verdad se efectúa a través de los hechos. Es considerable, por ejemplo, la relevancia que han adquirido los relatos de testimonios. El ejemplo evidente es Archipiélago Gulag, de Solzhenitsin, la obra de la segunda mitad del siglo que quizá ha cambiado más la mentalidad de la época.

Se podrían citar otros tipos de obras, escritas no por las víctimas sino por observadores. Por ejemplo, antropólogos (en este contexto, sería perfectamente legítimo evaluar una obra como la de Claude Lévi-Strauss). Los relatos de viajes de V.S. Naipaul, en los que entran las técnicas poéticas, forman también parte del patrimonio literario. Son novelas cuyos personajes, reales, hablan como los condenados de El Infierno de Dante. La idea no es nueva, pero el hecho de que tal modo de expresión ocupe hoy un lugar central en el campo literario debería traducirse en las decisiones de los jurados del Nobel.

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