Charles Kupchan, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Georgetown y miembro del influyente think tank norteamericano Council on Foreign Relations, ha desarrollado en su ensayo How Enemies Become Friends. The Sources of Stable Peace ( Princeton University Press, 2010), un estudio comparado de diversas situaciones históricas en las que determinados países o alianzas pusieron fin a una enemistad prolongada y llegaron a un entendimiento. En ciertos casos, incluso, originaron algunos tipos de comunidad o de unión.
El CCG tuvo que asistir impotente a la invasión de Irak en 2003, que rompía el statu quo en la región, y las inquietudes han ido en aumento hasta hoy, dadas las aspiraciones hegemónicas de Irán en el Golfo y sus propósitos de dotarse del arma nuclear. Cabe añadir que la organización ha asumido un enfoque panarabista con su actual denominación de Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo (CCEAG), con el que parece expresarse la voluntad de oponerse al hegemonismo persa.
Obstáculos para el acercamiento entre EE.UU. e Irán
Los ejemplos históricos de How Enemies Become Friends han servido a Kupchan de argumentos para la búsqueda de una salida diplomática al enfrentamiento de EE.UU. con Irán, aunque no aborda directamente este asunto en su libro. Así lo hacía en el artículo “Why talk to Iran”, www.project-syndicate.org , donde se muestra escéptico sobre el surgimiento de una revuelta popular que termine con el régimen islamista, pues de poco sirvió la frustrada “revolución verde” tras las elecciones presidenciales, de junio de 2009, que supusieron la reelección de Ahmadineyad.
Kupchan está convencido de la intransigencia del régimen de los ayatolás, pero duda de la eficacia de las medidas coercitivas aprobadas por el Consejo de Seguridad, pese a las reticencias y dificultades puestas por Rusia y China. Las sanciones nunca serán suficientes para intimidar a Irán, por lo que, en opinión de Kupchan, sólo deber ser un complemento, nunca una alternativa, a la acción diplomática. Sirven principalmente para mostrar a los iraníes que sólo la negociación contribuirá a poner fin al aislamiento del país provocado por las sanciones.
Sin embargo, el principal argumento del autor para negociar es el elevado coste de la alternativa de desencadenar un ataque militar preventivo contra las instalaciones nucleares iraníes. Suponiendo que éste tuviera éxito, animaría todavía más a Irán a proseguir su programa nuclear, además de responder con las represalias de obstaculizar la navegación de los petroleros por el Golfo Pérsico o de utilizar el petróleo como arma política, sin olvidar el incremento del apoyo a grupos insurgentes en Irak o Afganistán, los dos frentes no cerrados que tiene EE.UU. Incluso una diplomacia sin aparente salida sería preferible al uso de la fuerza, porque, en opinión de Kupchan, Irán no tiene aún la tecnología suficiente para desarrollar armas nucleares.
El paso infructuoso del tiempo hace pensar que la Administración Obama se está mentalizando para convivir con un Irán nuclear. Al final Washington se verá precisado a desarrollar algún tipo de “paraguas nuclear” que proteja a Israel y los Estados del Golfo Pérsico, aunque no es creíble que esta medida detenga la proliferación nuclear en la región ni que disuada a Teherán de apoyar a grupos radicales. El razonamiento del régimen iraní es tan sencillo como pueda ser el de Corea del Norte: nadie se atreverá a atacarme si dispongo de armas nucleares.
Habría que hacer algunas objeciones a las tesis de Kupchan. En el fondo, Washington dispone de reducidas alternativas para un acercamiento a Teherán: la estabilidad en Irak, donde se ha prolongado durante meses una crisis de gobierno entre suníes y chiíes, o en Afganistán, donde ambos países están interesados, entre otros temas, en luchar contra el tráfico de drogas. Son ámbitos limitados para un acercamiento a un régimen que como el iraní saca partido del punto muerto del conflicto palestino-israelí, con sus apoyos a Hamás y Hezbolá.
No hay nada en el horizonte cercano que permita pronosticar que los enemigos puedan convertirse en amigos, por mucho que algunos analistas gusten de los paralelismos históricos y comparen los intentos de apertura a Irán de la Administración Obama con los que en su día hicieron Nixon y Kissinger respecto a la China de Mao.