Reivindicó el fundamento moral del derecho y la política

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Cuando en 1977 Ronald Dworkin publicó Los derechos en serio, un ensayo en el que se enfrentaba de una manera contundente y clara contra el positivismo jurídico, ya llevaba casi una década colaborando con The New York Review of Books, desde donde analizaba las controversias públicas más candentes bajo el prisma de un liberalismo progresista del que nunca se desdijo.

Sus opiniones sobre la acción afirmativa, el aborto o la eutanasia, sobre el desarrollo de las libertades civiles y la guerra contra el terrorismo de Bush, así como su apoyo a la reforma sanitaria de Obama, sobre la que escribió uno de sus últimos artículos, le convirtieron en una voz importante de la vida pública americana. Su atención estuvo siempre dirigida a los desafíos que las medidas políticas y las sentencias de los tribunales presentaban a la igualdad de oportunidades.

Dworkin fue como una corriente de aire fresco que socavó la presunta irrebatibilidad del positivismo dominante

El fundamento moral del Derecho

Nacido en Massachusetts en 1931, vivió a caballo entre las diversas universidades americanas donde impartió clases y Oxford, en cuya cátedra de filosofía del derecho sucedió al positivista H. L. Hart. Fue más realista que su antecesor a la hora de reflexionar sobre el fenómeno jurídico, negando que éste se redujera sólo a un sistema de normas o reglas.

Reivindicó la importancia y aplicabilidad de los principios del derecho, que emanan y sostienen las constituciones de los Estados, y reconoció que el derecho posee un fundamento moral que le otorga sentido. Sería erróneo interpretar esto ni siquiera como una mera alusión al derecho natural, pero lo cierto es que en el contexto en el que Dworkin se dio a conocer fue como una corriente de aire fresco que socavó la presunta irrebatibilidad del positivismo dominante.

Antes de dedicarse a la docencia, el pensador americano trabajó como abogado y ayudante en algunos tribunales americanos y en sus obras se percibe una actitud positiva y benévola hacia el trabajo de jueces y magistrados. Tal vez su conocimiento personal de las bambalinas de la administración de justicia le llevó a subrayar en sus libros que el juez hace algo más que aplicar mecánica y formalmente la ley: su función es esencialmente interpretativa y valorativa. Puede que los fallos no sean exactos, pero el pensador americano creyó que los principios que inspiran el ordenamiento y el razonamiento práctico del juez puede llegar a soluciones suficientemente correctas y acertadas e incluso llenar, en su caso, las posibles lagunas legales.

Dworkin sostuvo que el punto de vista moral debe ser neutral, esa neutralidad coincide en su obra con la postura moral del liberalismo progresista americano

Primar la igualdad

Su concepción de los derechos individuales no difiere de la clásica liberal. El derecho aparece como protección de la persona frente al poder político o social; es, como atinadamente observó, “un triunfo del individuo frente a la mayoría”. Negó, sin embargo, la existencia de un presunto derecho general a la libertad. Primero, porque el Estado siempre tiene capacidad para limitar la libertad individual. Y en segundo término porque se debe primar la igualdad, que es lo que provee de contenido a la libertad. En efecto, la libertad carecería de sentido si no se pudiera ejercer por falta de medios o discriminación.

Es este tal vez el punto más importante para entender su propia filosofía y el continuo entrecruzamiento de lo moral con lo jurídico y de ambos con lo político que hay en sus ensayos. También es la clave para comprender sus opiniones sobre los asuntos públicos más discutibles. Dworkin, quien se declaraba un admirador de Roosevelt, defendió siempre la necesidad de medidas políticas concretas para hacer posible una sociedad más igualitaria o, lo que es lo mismo, más justa. Fue, en este sentido, un defensor acérrimo de la discriminación positiva e incluso los fallos jurisprudenciales de este tipo resultaron inspiradores para sus obras.

La paradójica parcialidad del liberalismo

Hay, sin embargo, un problema en las opiniones de Dworkin que quedó plasmado en su ensayo dedicado a las cuestiones del aborto y de la eutanasia. El derecho y la política remiten, ciertamente, a un entramado ético, pero ¿se refieren a una determinada moral? Dworkin sostuvo que el punto de vista moral debe ser neutral, pero la lectura de sus artículos es suficiente para entrever que esa neutralidad coincide en su obra con la postura moral del liberalismo progresista americano.

Esto explica que en el caso del aborto negara el derecho a la vida del no nacido –y considerara una postura religiosa y, por tanto, parcial defender el valor objetivo de toda vida– al tiempo que reconocía el derecho de la mujer a decidir. Se quiso situar en un equilibrado justo medio, tan equilibrado como incierto porque aunque no atribuía al no nacido el carácter de persona con derechos, tampoco lo veía como una cosa sin valor (ver Aceprensa, 6 -07-1994).

Con independencia de que en ocasiones su actitud política nublara su imparcialidad jurídica, lo cierto es que su obra ha animado a repensar los fundamentos del derecho y a aclarar sus importantes implicaciones morales, algo que en el contexto actual supone ciertamente una novedad. Por otro lado, fue el continuador de una tradición práctica y aplicada de la filosofía jurídica, que ha llevado a los ciudadanos a tomar conciencia de la importancia que las decisiones políticas y los fallos jurisprudenciales tienen para sus vidas.

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