Series con causa

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El otoño recién concluido ha visto el lanzamiento de dos series de televisión que son uno de los mayores esfuerzos productivos de estos años para las emisoras italianas: en RaiUno, Los Medici, y en Sky, The Young Pope. El presupuesto fue de 25 millones de euros para la primera y 40 millones para la segunda; estas sumas tan respetables muestran que Italia ha entrado en el gran mercado internacional de las series: ambas han sido vendidas en muchísimos países del mundo.

Sin embargo, más allá de las grandes diferencias de contenido, estas series, aunque semejantes por una inversión económica análoga, son en cierto modo el emblema de dos líneas de producción que tienen grandes diferencias entre ellas.

Las populares y las transgresoras

Por una parte, tenemos las series destinadas a “canales generalistas”, es decir, las redes en abierto que se dirigen a un público muy amplio. Los cerca de 7 millones de audiencia media de Los Medici lo atestiguan. Son las series que en los Estados Unidos se llaman (o se llamaban, porque algunas han concluido recientemente) CSI, The Good Wife, NCIS, Person of Interest, The Mentalist, y entre las comedias, The Big Bang Theory; series que apuntan a un público por encima de los 10 millones de personas y que a veces, en alguna temporada, alcanzan incluso los 20 millones de espectadores.

Por otra parte, tenemos las series que se emiten en las redes de pago, las que en Estados Unidos son conocidas familiarmente por cable (porque la señal se transmite por esa vía), y que en algunos aspectos, son las series más innovadoras, pero también muy a menudo más transgresoras: hace algunos años comenzaron Sexo en Nueva York y Los Soprano; ahora, estas series se llaman Juego de tronos, Dexter, Spartacus, Californication, Breaking Bad, The Walking Dead, Orange is the New Black, Westworld

Ambas tipologías de series de televisión tienen un papel muy importante en el panorama cultural contemporáneo, en particular por lo que respecta al “consumo cultural” de los jóvenes. En efecto, si para el público más general y más amplio (que va de los niños a los ancianos) son las series nacionales las más vistas (en Italia, Don Matteo y Montalbano, principalmente; existen casos análogos en Alemania, España, Inglaterra, y un poco menos en Francia), el público de la franja 18-35 años, prefiere muy a menudo las series internacionales de origen angloamericano.

Algunos creadores de series no buscan alcanzar un gran éxito de público, sino defender una causa

La audiencia no importa tanto

Lo interesante es que las series cable (y las de Netflix y Amazon, de las que hablaremos más adelante) se basan en un modelo de negocio que es profundamente distinto del de las series de televisión para cadenas generalistas. Si estas últimas deben apuntar necesariamente a un público lo más amplio posible para generar ingresos a los canales que las emiten, mediante la publicidad que se difunde en los intermedios, las series que salen en los canales de pago de por sí no generan beneficios por el número de espectadores que las miran en aquel momento, sino por su “imagen indirecta”, por su “importancia percibida”, que hace que un espectador se decida a suscribirse (o a renovar la suscripción) a ese canal de pago porque no quiere “quedarse descolgado”, no quiere correr el riesgo de perder la serie televisiva de la que todos hablan (al menos aparentemente), quizás porque se habla mucho de ella en la prensa.

Si yo produzco una serie para la CBS (o la NBC, o la Fox ABC) en Estados Unidos o para Raiuno o Canal 5 en Italia, debo tratar de conseguir que sea vista por el mayor número posible de personas, para contentar a los canales que me la han encargado y que la emiten. Si trabajo para HBO (o AMC, Showtime, Starz, etc.) en Estados Unidos o para Sky en Italia, es especialmente importante que se hable de la serie y que tenga una “percepción” tal que sea considerada un valor importante por aquel que al cabo de unos meses tendrá que renovar la suscripción.

Por eso, desde su nacimiento en los años 70, HBO –y con ella todas las otras redes similares, como hoy Sky en Italia– tiene una inversión publicitaria y de relaciones públicas para cada producto incomparablemente más grande que el de las redes generalistas… Debe convencer a todos de que esa serie es “fundamental” y que no pueden perdérsela. Que luego la vean muchos o pocos es (relativamente) secundario. Como es sabido, después de un excelente índice de audiencia de casi un millón durante el primer capítulo de la serie, The Young Pope se derrumbó a la mitad de audiencia a partir de la segunda semana, hasta una media de unos 500.000 espectadores la primera visión de los siguientes capítulos. Pero esto no quiere decir que sea un problema grave para una serie cuyo primer objetivo era construir o reforzar la “notoriedad” de la red que emite.

Historias oscuras

Las consecuencias de este –siempre relativo, pero significativo– desenganche de tales producciones televisivas de la necesidad de obtener audiencias altas han sido muy importantes también en términos de contenidos. Han permitido, en cierto modo, a los autores y productores moverse sobre terrenos fuertemente transgresores (cosa que normalmente –y a pesar de las leyendas– no garantiza audiencias altas y constantes en televisión) y también situarse en terrenos que culturalmente son muy polarizados: en temas como la disolución de la familia, la crítica a toda forma de religión, la ideología que hoy se llama “gender”. Han permitido además construir personajes muy dark, no solo y no tanto con incursiones en el mundo del crimen, sino sobre todo con historias amargas y con un sentido profundo de radical insatisfacción existencial, que expresan una visión sombría y pesimista, radicalmente negativa, de la existencia. Todo, con una notable calidad técnica de escritura y de realización (y por supuesto también con significativas diferencias de sensibilidad cultural, que aquí por brevedad no podemos detallar).

Muchas series de pago se mueven en terrenos transgresores y culturalmente polarizados

Las de los canales temáticos de pago son, pues, las series más transgresoras y amargas, pero también aquellas de las que más se habla, las que –quizá por el gasto en comunicación, quizá incluso por una reacción a veces un poco infantil de los medios, en primer lugar los diarios– crean “opinión”, influyendo en el debate público y en otros medios de comunicación, formando el gusto de tantos otros profesionales de la comunicación y orientando fuertemente la cultura. Hablamos de series también muy distintas entre sí, como Mad Men, Boardwalk Empire, The L Word, Masters of Sex, The Wire, Girls, Transparent

Batallas culturales

A propósito de la orientación ideológica y los valores de las series norteamericanas, hace unos años salió un libro (del que tratamos ampliamente en Creatividad al poder), escrito por un joven intelectual estadounidense, Ben Shapiro, y significativamente titulado Primetime Propaganda. Después de entrevistar a numerosos guionistas, productores, showrunners, concluía en forma muy clara que, en muchísimos casos, lo que guiaba las opciones de estos grandes profesionales no era en primer lugar el deseo de tener un gran éxito o de ganar mucho dinero, sino el de abordar batallas culturales que ellos consideraban importantes. Es ejemplar la entrevista a la showrunner de Friends (uno de los productos más populares del pasado decenio), Martha Kaufmann, que explicaba cómo ella consideraba un gran motivo de orgullo haber puesto en escena un matrimonio lésbico y haberlo hecho interpretar por un activista de este movimiento: se trataba de llegar a conseguir la igualdad legislativa que luego efectivamente se obtuvo.

Las series producidas por las empresas que distribuyen directamente vía Internet (Netflix y Amazon) han seguido la línea fuertemente polarizada y fuertemente transgresora de las redes de cable. Además, no comunican datos sobre el número de espectadores y por tanto no se sabe el éxito que sus series (sobre todo House of Cards, de Netflix, serie de la que se ha hablado mucho en estos años) tienen entre el público; pero ciertamente están de algún modo creando escuela entre los profesionales de los medios.

Las series para canales de pago no necesitan alcanzar grandes audiencias, sino que se hable mucho de ellas, que pasen por imprescindibles, a fin de que los abonados renueven para no perdérselas

Las causas de una minoría

Si en el cine hollywoodiense (pero aquí el tema daría para mucho) todavía queda sitio para un amplio pluralismo de modos de ver el mundo, y todos los años sigue apareciendo un buen número de películas que tienen una profunda conexión con las raíces judeocristianas de la cultura europea y americana, en la televisión, en cambio, las series internacionales que connotan estos valores son realmente pocas. Se ha creado, por razones históricas que no tenemos espacio para explicar, una fuerte polarización cultural: es realmente una élite de autores y productores cuantitativamente muy reducida (muchos de ellos pasan de una serie a otra) quienes están difundiendo su punto de vista sobre el mundo: no es casualidad que en Estados Unidos, la cuestión de la polarización cultural de los medios sea un tema que periódicamente suscita debates muy encendidos, como se ha visto en la reciente campaña presidencial.

Una de las pocas series realmente “distintas” desde esta mainstream mediática, y es un caso de extraordinario éxito en muchos países del mundo (un poco menos, por distintos motivos, en Italia), ha sido Downton Abbey, producida en Inglaterra y fruto principalmente del trabajo de Julian Fellowes, su guionista-creador. Los grandísimos resultados de audiencia que ha tenido en muchos países del mundo muestran que existe espacio para narrar en forma diferente y con distintos puntos de vista… También en este gran mercado mundial.

Armando Fumagalli es profesor de semiótica en la Universidad Católica de Milán y experto en lenguaje fílmico.

Este artículo es traducción, hecha por Miguel Castellví, del original italiano publicado en Avvenire.

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