Carlos Soria sube ochomiles. Daphne Selfe es modelo. No son actividades compartidas por el común de los mortales, ciertamente. Esto solo ya los hace extraordinarios. Pero lo excepcional es que ambos han cumplido ya los 80 años y, a pesar de llevar décadas en el alpinismo y la moda, han conseguido sus mejores rendimientos en la madurez.
Soria ascendió su primer ochomil, el Nanga Parbat, con más de 50 años; Selfe despuntó como modelo a partir de los 70. Y siguen en activo.
¿Por qué llaman la atención Soria y Selfe, y tantos otros superagers? Quizás por el contraste con la imagen y la narrativa dominante sobre la vejez y el envejecimiento: el relato de la fragilidad física y el deterioro mental, la carga económica de las pensiones para generaciones más jóvenes, y la soledad. Como si el cansancio de la generación que ha cuidado simultáneamente a sus padres y a sus nietos se hubiera extendido como una capa sobre la opinión pública.
Muchos servicios y productos para mayores se ocupan de la salud o la seguridad, pero olvidan el deseo de conexión humana, la ambición personal o profesional, la contemplación
Es conocido que el aumento de la esperanza de vida en todas las franjas de edad, la fecundidad en mínimos o bajando y la llegada de los babyboomers a la jubilación, rasgos compartidos por muchos países, explican el envejecimiento generalizado de la sociedad. Se ha afrontado con el “envejecimiento activo” y el modelo “age-friendly”, aplicado sobre todo en la gestión de ciudades. Pero en realidad, no sabemos cómo viviremos. Joseph F. Coughlin, director del AgeLab del MIT, avisa: “Las sociedades no serán simplemente más viejas; funcionarán de forma distinta”.
Débiles, pobres y ociosos
La narrativa dominante no es, en realidad, de una tradición demasiado larga. Basta mirar el siglo pasado: la esperanza de vida al nacer en 1920 era en España de 41,15 años; el antecedente de la pensión de jubilación, el retiro obrero obligatorio, se aprobó en 1919; la enseñanza obligatoria hasta los 14 años es de 1964. Por lo tanto, la separación en bloques de la vida de las personas (educación secundaria y/o superior, vida laboral, jubilación), tal como la entendemos, es relativamente reciente. Pero es una narrativa, como muestra Coughlin, que ha marcado las últimas décadas.
En su libro The Longevity Economy (PublicAffairs, 2017), Coughlin analiza por qué los mayores de 65 años son el grupo social más potente y a la vez el menos comprendido y apreciado. Resumiendo su análisis, la narrativa vigente sobre la vejez empieza a construirse a mediados del siglo XIX y es una conjunción de algunas —malas— praxis médicas, la aparición de los asilos, la mentalidad de producción eficiente, la universalización de la pensión de jubilación y el lema golden years, que se conjuran (con el añadido de metáforas catastrofistas como bomba o tsunami) para presentar la imagen predominante de los mayores de 65 años: con mala salud, pobres, incapaces, consumidores y abocados al ocio, todo a la vez.
Una narrativa, reconoce Coughlin, que ha creado programas sociales beneficiosos para las personas mayores, pero que ha llevado también a grandes fiascos, incompetencia y falta de visión, y que claramente ha caducado. ¿Por qué? Porque reduce las necesidades de los mayores a los aspectos básicos (salud, seguridad, alimentación…) y olvida los que enriquecen la vida.
Cuando trabaja con responsables de diseño de productos –mayoritariamente jóvenes y hombres–, Coughlin constata que “el tipo de soluciones que se discuten sacrifican las experiencias que hacen que la vida valga la pena en favor de aquello que simplemente permite seguir viviendo”. Por ejemplo, entender las soluciones de movilidad como ir al médico (y no quedar con los amigos) o los alimentos como productos adaptados a las carencias nutritivas o dificultades de masticación y deglución (y no como una experiencia apetecible para los sentidos y compartida con otros).
La mirada del otro y la propia
El problema, continúa Coughlin, no es solamente que se asuma por defecto que el mayor es incapaz. “Es suponer que el fin de su vida es manejar la incapacidad, en vez de salir de casa y hacer cosas, a pesar de la discapacidad. Es una distinción crucial”.
La raíz profunda estriba en que “una vez se ha definido la población mayor como un problema, es difícil diseñar productos para ella que no intenten solucionarlo de alguna manera”, se queja Coughlin. Como consecuencia, servicios y productos se ocupan de retos en salud o seguridad, pero olvidan “el deseo de conexión humana, la ambición personal o profesional, la contemplación y, sí, la diversión”.
Donde los mayores tienen posibilidad de decidir por su cuenta, los datos cantan. En un imaginario colectivo dominado por los viajes del Imserso (un programa de turismo para personas mayores complementario a las prestaciones de la Seguridad Social, con estancias en zonas de costa y turismo de interior, según su propia definición), es interesante saber qué ocurre en Airbnb, que en el imaginario colectivo es el modo millennial de viajar.
Pues Airbnb destacaba, en otoño de 2018, que el grupo de usuarios que más crecía era el de los mayores de 60, tanto entre los que viajaban como entre los que ofrecían alojamiento. Solamente ese año había aumentado casi un 70% el número de huéspedes en esa franja de edad.
¿Qué razones daba Airbnb? “Los mayores tienen más salud y movilidad que nunca, y tienden a realizar más viajes y más largos que otras franjas de edad”, señalaba Greg Greeley, uno de sus directivos. Aportaba otras estadísticas: “Los mayores de 65 han sido los responsables del mayor porcentaje de crecimiento en gastos de viajes en los últimos 15 años, especialmente en los últimos cinco”. En el otro lado del negocio, solamente en 2017 los jubilados recibieron en sus casas a 13 millones de huéspedes de 150 países, completando la economía familiar. Y como colofón, los mayores son los que tienen mejor puntuación y comentarios: el 88% reciben cinco estrellas.
Para los mismos protagonistas, Airbnb cubre lo que con frecuencia olvida la narrativa tradicional: las ganas de experimentar cosas nuevas, las ganas de compartir, las ganas de transmitir experiencia a los demás, las ganas de conocer nuevas culturas.
Recuperar las riendas
En Estados Unidos, AARP, una entidad centrada en ofrecer servicios a mayores de 50 años que también actúa como lobby y presume de tener unos 38 millones de miembros, empezó la campaña “Disrupt Aging” para cambiar la narrativa sobre qué significa envejecer. En el libro de su directora Jo Ann Jenkins, Disrupt Aging (Public Affairs, 2016), se presentan algunas estrategias, pero todas se orientan a tomar las propias decisiones a partir de asumir sin complejos la edad que uno tiene o tendrá próximamente: diseñar el proyecto vital, cuidar la propia salud, pensar dónde vivir, financiar el futuro, hacer rendir la experiencia.
De hecho, hay un cambio en el modo de afrontar los problemas de la vejez: la conversación ya no es con los hijos cuidadores, sino que está migrando a los mismos adultos. De “cómo evitar que estafen a tus padres con la factura de la luz” se pasa a “cómo evitar que te estafen en la factura de la luz”; de “cómo adaptar un baño para personas de movilidad reducida” a “qué debes buscar en una vivienda si quieres envejecer en ella”; de viajes organizados para la tercera edad a cómo organizar tu propio viaje a la Patagonia.
Hay que pensar en los mayores como personas con sueños e ilusiones, capaces de disfrutar, con mucho que aportar
El deseo de definirse por lo que uno es y no lo que la sociedad espera, va asomándose desde distintos ángulos. Sucede en el entorno laboral, donde la discriminación por edad empieza a ser rechazada. En el lenguaje, con protestas por el uso de expresiones tradicionales que para algunos ya no tienen sentido (como el uso de abuelo como genérico). En el sector belleza, donde a veces es simple marketing, pero no deja de indicar la incomodidad con la visión predominante. En el diseño, como la campaña en Gran Bretaña contra la señal de tráfico que presenta una pareja de personas ancianas. Aun hoy, cuando uno busca en Google “abuela”, los iconos que aparecen en los resultados dibujan una mujer con moño, gafas y bastón, más propia del siglo XIX.
En la industria de la belleza y la moda, por ejemplo, la revista Allure decidió en 2017 dejar de utilizar el término “anti-aging” y solicitó a las casas de cosméticos que hicieran lo mismo. Antes, ya en 2007, Anne Kreamer escribió Going Gray (Little, Brown & Co.): esta frase significa el paso de muchas mujeres que deciden dejar de teñirse el pelo para rechazar una personalidad que no es realmente la suya. La campaña reciente de Pantene, “El poder de las canas”, se sube a este carro.
Para los mayores, pero sin ellos
En el sentido contrario, a veces se da una especie de resistencia pasiva por parte de los mayores a unirse a la narrativa impuesta. Lo que se hace “para” los mayores, pero sin conexión con ellos ni con los anhelos y modas del mundo contemporáneo, fracasa. Se ve cada año en el CES, la feria de electrónica más importante del mundo: gadgets innovadores, pensados para los mayores, que mueren tras cada edición, probablemente recibidos por los presuntos usuarios con una mezcla de perplejidad y burla. ¿De qué sirven unas zapatillas que alertan de una caída sin son monstruosas y no te las pondrías jamás? En cambio, si Nike o Adidas incorporaran esta opción a las suyas no habría dificultad. La autoestima de los usuarios tiende a proteger la propia dignidad.
Un ejemplo clásico es el de los audífonos. Independientemente de su calidad técnica, llevan décadas en el mercado, pero su implantación es proporcionalmente baja, a pesar de que en este caso solucionan una necesidad real. Incluso entre quienes los han comprado, el uso continuado no siempre se consigue. ¿Por qué? Porque son objetos que te colocan en la estantería de los mayores de forma pública y porque no son nada atractivos. Basta compararlos con los auriculares para ver el abismo. Y más con las generaciones que están en los 50, acostumbradas a Apple e Ikea. Algunas compañías empiezan ya a comprenderlo.
En cambio, las gafas para vista cansada no tienen este estigma: han dejado se ser parte de la caricatura de la persona mayor (las gafas en la punta de la nariz) para ser un complemento de diseño como otro cualquiera, que no te coloca en un nicho de población donde, como dice Coughlin, todo es beige, gris y medicalizado.
Coughlin explica, también, otra tercera vía. Hackear. Igual que se ha puesto de moda hackear los muebles de Ikea, los mayores hackean productos para adaptar su uso a sus necesidades reales. Webs aparentemente de citas sirven para crear grupos de amigos para ir al teatro. Servicios de comida a domicilio orientados a profesionales estresados son utilizados por los que no quieren irse a vivir a una residencia. En The Villages, una miniciudad para mayores de 55 años en Florida, los carritos de golf se usan como vehículo ordinario.
La percepción de la jubilación
Al afrontar la jubilación, los hombres, según estudios del AgeLab, tienen una visión más positiva, orientada a las actividades de tiempo libre, mientras que la mujer es más consciente de lo que significa el declive de la ancianidad y se plantea más preguntas. En el caso de las parejas, de cómo se armonicen las dos perspectivas y cómo se gestione el tiempo compartido depende mucho. El riesgo de no hacerlo es el divorcio tardío, un fenómeno antes inexistente.
La mujer madura controla las tomas de decisiones y el gasto, tanto si vive sola como si vive en pareja, o si es la hija que cuida de padres ancianos. Decide la mayoría de las reformas en los hogares, por ejemplo. La generación que está llegando a la jubilación a partir de ahora tiene los recursos (estudios, experiencia profesional, asertividad, flexibilidad…) para generar sus propias soluciones. Probablemente lo que no han hecho los hombres lo harán las mujeres.
La imagen predominante de las personas mayores las pinta con mala salud, pobres, incapaces, consumidoras y abocadas al ocio
Muchos de los listados de trabajos del futuro están orientados a los cuidados: tanto a domicilio como en el sector sanitario. Esto no desaparecerá, por supuesto. Pero el número de emprendedores en la franja de edad de los 55 a los 64 años ya era el 24% del total de nuevas iniciativas en 2014, recoge Coughlin. Y empieza a haber business angels que por edad son capaces de invertir en ellos también, o plataformas de crowdfunding utilizados mayoritariamente por mujeres. El deseo de seguir trabajando de algún modo (quizás en otro campo, a tiempo parcial) también aumenta.
Si la representación de la vejez y la oferta de productos y servicios son dos de las claves de interpretación de esta etapa, otras dos claves son el entorno y la combinación identidad/relaciones. Pensemos en las decisiones sobre vivienda al afrontar la jubilación, la viudedad, o al perder movilidad: ¿conviene quedarse en casa, mudarse a una más pequeña, alquilar habitaciones, compartir piso, irse a una residencia, optar por el cohousing?
Soluciones para la soledad
Se habla mucho de la soledad de los mayores, y es cierta. Pero se extiende a todas las edades. La de los mayores es la más visible y, para los que se acercan a la jubilación, la más previsible. Pueden actuar antes, estableciendo relaciones no solamente familiares sino en círculos de amistad, voluntariado, barrio, etc. Los programas intergeneracionales –estudiantes viviendo con personas ancianas– existen en varios países. Las cooperativas de vivienda construidas pensando en la jubilación, con servicios comunes y una aportación de sus miembros también en conocimientos y actividades, empiezan a propagarse.
El modelo de The Villages, ya citado, es para Coughlin un modelo segregado que expulsa a los niños y unifica a los residentes a cambio de una vida placentera y actividades abundantes. En cambio, el de Beacon Hill Village nació con otro planteamiento: “¿Por qué hemos de perder nuestra historia, nuestras raíces, nuestra identidad?” Y así un grupo de amigos que iban envejeciendo se comprometió en una red de ayuda mutua para seguir siendo activos y viviendo en sus entornos naturales en lo posible.
Coughlin anima a pensar en los mayores como personas con sueños e ilusiones, capaces de disfrutar, con mucho que aportar, que siguen buscando sentido a su vida cotidiana y desean dejar un legado positivo.