Daniel y Julio son dos hermanos del marginal barrio La Ceniza, de Caracas, que ansían convertirse en futbolistas profesionales. Abandonado en la calle cuando era un bebé, Daniel fue recogido por la madre de Julio, Graciela, y se ha convertido en un joven inteligente y pacífico, y en un delantero excepcional.
Por su parte, Julio es un líder nato, el capitán del equipo local y un poderoso centrocampista; pero tontea con el violento mafioso del suburbio, para el que hace diversos trabajitos relacionados con el narcotráfico. La oportunidad de sus vidas les llega cuando un cazatalentos del Caracas Fútbol Club les invita a hacer unas pruebas. Pero el destino se interpone en su camino.
Triunfador en el Festival de Huelva, mejor ópera prima en La Habana, premio del público y de la crítica en Moscú y galardonado en otros festivales, este primer largometraje del venezolano Marcel Rasquin goza de un vigor narrativo y dramático sorprendente.
Obviando el contexto político chavista y procurando sortear el impostado pesimismo de una buena parte del nuevo cine social, Rasquin se centra en el drama íntimo de sus dos protagonistas y subraya su lealtad y dignidad a pesar de las tremendas circunstancias que les rodean. En este sentido, el filme es más una fábula moral que una película de denuncia, con los lazos familiares, la ilusión profesional, la sana competición deportiva y las virtudes personales como contrapesos ante la terrible inercia deshumanizadora de la cultura de la violencia, la droga y el sexo. Merece elogio su respetuoso tratamiento de la religión y su valiente reivindicación de la gratitud por la vida frente a la brutal presión del aborto.
Todo ello lo encarna con sangrante veracidad un reparto lleno de no actores. La poderosa y naturalista puesta en escena, el uso de la cámara en mano, el montaje angustioso la acercan a otras destacadas películas iberoamericanas, como Estación Central de Brasil, Amores perros, María, llena eres de gracia, Ciudad de Dios o Tropa de élite.
El tono es sórdido, descarnado, con un tratamiento hiperrealista de la violencia y el sexo, a veces cercano al de Tarantino. Pero Rasquin no se regodea en esas sombras, sino que las emplea para contrastar mejor las luces deslumbrantes con que prefiere quedarse. Le hubiera venido bien a este filme una mayor contención formal; pero, tal y como está, es una película notable, que obliga a esperar con interés el siguiente trabajo de este joven realizador.