Cinta de casi tres horas del rumano Cristi Puiu, sobre una reunión familiar con acentos tragicómicos, estéticamente seductora con sus largos planos secuencia, verdadero “tour de force”. Casi siempre estamos en el interior de una casa, donde se charla de lo humano y lo divino, lo que nos permite conocer las debilidades de un amplio abanico de personajes. Y hay oscuridad, contraste entre luces y sombras, la casa como espacio claustrofóbico, con planos cerrados. Con destellos de luz en las habitaciones, y de pronto la belleza de la liturgia en las oraciones cantadas por el pope y su acólito.
El director de La muerte del Sr. Lazarescu no teme sostener pasajes sin palabras o no explicar, de entrada, el motivo de la reunión familiar, que solo vislumbramos paulatinamente, con los intercambios dialógicos entre hermanos, y con la madre, y la espera al sacerdote.
El tono bascula. Puiu, un prestidigitador, igual se mueve por la farsa que por la crítica social. El milagro es que una película coral tan larga no aburra, al menos al espectador dispuesto a ser un convidado más en la casa y alrededores, a ser casi uno más de la familia.
|