Pobreza alimentaria: el papel de los ultraprocesados

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Tima Miroshnichenko / Pexels

El pasado 6 de junio UNICEF publicó un informe sobre la pobreza alimentaria infantil en el mundo. Los autores comienzan enumerando una serie de causas conocidas, como la creciente desigualdad económica, los conflictos armados o la crisis climática, que dificultan la producción y el acceso a la comida. Pero a continuación mencionan un problema que no se suele tener en cuenta y que, cada vez, representa un peligro más acuciante: el auge en el consumo de alimentos ultraprocesados.  

Cuando uno oye hablar de pobreza alimentaria tiende a pensar en hambrunas localizadas en países en desarrollo. Y, en gran medida, el estudio de UNICEF confirma esta intuición. Los autores recogen datos de más de 130 países de todo el mundo. Entre los que tienen una mayor tasa de pobreza alimentaria infantil destacan Somalia (63%), Guinea (54%), Guinea Bissau (53%) y Afganistán (49%), todos con una renta per cápita muy baja. La escasez de recursos se agrava, además, por la falta de colaboración internacional, las constantes sequías y la deficiente infraestructura sanitaria. Todo ello lleva a situaciones extremas. En Somalia, por ejemplo, un 10% de los niños mueren antes de cumplir cinco años, según estimaciones recogidas por Naciones Unidas y otros organismos.

Con todo, la pobreza alimentaria no solo se refiere a la falta de comida, sino también a su baja calidad. En este segundo sentido, la pobreza alimentaria infantil se está colando en cada vez más hogares. Según señala el informe de UNICEF, la padecen “niños y niñas que viven tanto en hogares pobres como acomodados”. En vez de alimentos ricos en nutrientes, consumen cada vez más otros no saludables. En concreto el crecimiento en la venta y producción de ultraprocesados tiene mucho que ver con esta crisis alimentaria.

España es el segundo país mediterráneo donde más ultraprocesados se consumen

Javier Sánchez Perona, investigador del CSIC en el Instituto de la Grasa y autor del libro Los alimentos ultraprocesados (Ed. Catarata – CSIC, 2022) señala que, en España, “un estudio sobre la evolución del consumo de procesados de 1990 a 2010 concluye que el porcentaje de alimentos ultraprocesados en todas las compras de alimentos casi se triplicó, pasando del 11% al 31,7%. Los productos ultraprocesados más adquiridos fueron los de panadería, los cereales para el desayuno, los snacks dulces, las bebidas lácteas, los panes industriales y los refrescos”.

De hecho, un análisis  de la Universidad de São Paulo sitúa a España como el segundo país mediterráneo (solo por detrás de Malta) con mayor ingesta de productos ultraprocesados.

Especialmente preocupante es su consumo durante la infancia. Un reciente estudio elaborado por científicos de distintas universidades españolas, señala que los niños de 3 a 6 años que más ultraprocesados ingieren muestran mayores niveles de glucemia, menos colesterol HDL (el llamado ‘colesterol bueno’) y puntuaciones más altas en índices de masa corporal, masa grasa y circunferencia de la cintura.

“Preparaciones industriales comestibles”

La definición de alimentos ultraprocesados se entiende mejor a partir de la clasificación NOVA: un ranking –elaborado por la universidad de São Paulo, y de referencia en todo el mundo– que divide los alimentos en cuatro categorías en función de su proceso de producción y salubridad: cuanto menos elaborado, más saludable.

En la primera (NOVA 1) estarían los alimentos naturales o mínimamente procesados,  como la leche, la fruta o las legumbres. En la NOVA 2 encontramos ingredientes procesados, como los aceites, la mantequilla, el azúcar y la sal, que se usan en combinación con los alimentos del Grupo NOVA 1. La tercera categoría (NOVA 3), engloba los alimentos que se procesan para su mejor conservación, así como para acentuar su sabor. En la NOVA 4 es donde aparecen los ultraprocesados: muy duraderos, muy sabrosos, muy rentables para las empresas que los producen y, sobre todo, muy poco saludables. (En la web Open Food Facts se puede consultar a qué categoría pertenecen los alimentos que podemos comprar en el supermercado)

Según explica en una entrevista para El País Carlos Ríos, nutricionista, dietista y creador de la página web Realfooding, los ultraprocesados “son preparaciones industriales comestibles elaboradas a partir de sustancias derivadas de otros alimentos. Realmente no tienen ningún alimento completo, sino largas listas de ingredientes.” Además, la mayoría de estos ingredientes suelen llevar un procesamiento previo en el que se incorpora una gran cantidad de aditivos. Por otro lado, añade Ríos, “están fabricados para promover su máximo consumo y para ello cuentan con características organolépticas de procedencia industrial, que estimulan el apetito de manera intensa.”

Adicciones y salud mental

Alimentarnos peor tiene sus consecuencias; no solo físicas, como un mayor riesgo de sufrir obesidad o de desarrollar diversos tipos de cáncer, sino también en un plano psicológico.

Muchos componentes de los ultraprocesados intervienen en la liberación de químicos similares a los que liberan otras sustancias adictivas como la nicotina del tabaco 

Un estudio publicado en la revista Nutrients en 2022, que realizaba un metaanálisis de la relación entre el consumo de ultraprocesados y la salud mental, concluía que las dietas ricas en este tipo de alimentos se asociaban con un aumento del 44% en la probabilidad de sufrir depresión, y un 48% de sufrir ansiedad.

Además, algunos estudios recientes han señalado la presencia de diversos componentes adictivos en los ultraprocesados. Uno de los más importantes ha sido publicado en la revista BMJ (British Medical Journal) en febrero de este mismo año. Según las estimaciones de los autores, un 14% de los adultos y un 12% de los niños son adictos a este tipo de comida. Como señalan algunos expertos, muchos de sus componentes, como los carbohidratos refinados y las grasas, intervienen en la liberación de sustancias químicas cerebrales similares a las que liberan otras sustancias adictivas como la nicotina del tabaco.

El Dr. Fernando Fernández-Aranda, experto en trastornos de la conducta alimentaria, asegura que “es la combinación de muchos componentes lo que genera su consumo sin control.” Según la Dra. Susana Jiménez-Murcia, “consumir productos como bollería industrial o comidas preparadas activa circuitos neuronales de recompensa de manera similar a como lo hacen otras sustancias adictivas”.

Precariedad y estilo de vida

Pese a que el factor económico no es el único determinante, es imposible desligar el auge en la producción y el consumo de alimentos ultraprocesados de la precariedad y la inestabilidad económica. Que la posición social influye en el acceso de las personas a alimentos de mejor o peor calidad, es un hecho. Y que la cesta de la compra está cada vez más cara y el nivel adquisitivo de la población no crece de manera equivalente, también lo es. Un informe de la OCU publicado en abril de este mismo año señala que los precios en los supermercados han subido de media un 38% en los tres últimos años. En parte, esto se debe al aumento del coste de producción, por el encarecimiento de fertilizantes y combustibles debido a factores internacionales como la guerra de Ucrania.

Ante esta subida, las personas con menos ingresos se decantan por la opción más barata: los ultraprocesados. Si a su menor coste le unimos su gran capacidad de conservación y las agresivas campañas de publicidad típicas de estos productos, no es de extrañar que su consumo aumente año a año.

Sin embargo, no es solo un problema “de clase”. Los productos ultraprocesados hoy se cuelan incluso en las casas de quienes se pueden permitir una dieta equilibrada con alimentos de gran valor nutricional. Y es que el ritmo frenético de la ciudad o las largas jornadas de trabajo se han convertido en factores que influyen de manera directa en nuestros hábitos alimenticios.

Así lo señala un estudio realizado conjuntamente en 2021 por el Departamento de Ciencias de la Alimentación y Fisiología de la Universidad de Navarra, el Instituto Navarro de Investigación Sanitaria y el Centro de Investigación Biomédica del Instituto de Salud Carlos III: “Desde la década de los 80 han aumentado la producción, el marketing y el acceso a los ultraprocesados. Actualmente, esta clase de alimentos (la mayoría ricos en grasas saturadas y azúcares) representan la mayor fuente de ingesta energética en ciertos países, y este patrón de consumo va unido a un aumento de las tasas de obesidad”.

Políticas desincentivadoras

La pregunta ahora es si podemos frenar esta tendencia alimentaria tan cómoda como poco saludable. Lógicamente, no es esperable que las multinacionales encargadas de la venta de ultraprocesados cooperen en la tarea.

La mayoría de expertos están de acuerdo en que se deben llevar a cabo políticas públicas que controlen el acceso a este tipo de alimentos, sobre todo en colectivos más vulnerables como los niños. Algunas de las propuestas más concretas son la prohibición su venta en colegios, hospitales y alrededores, la restricción de la publicidad o la aplicación de impuestos específicos. Como comenta María Bes-Rastrollo, investigadora en el Instituto de Investigación Sanitaria de Navarra, “tenemos suficiente evidencia científica” para llevar a cabo este tipo de medidas. Otra cosa es que los ciudadanos estemos dispuestos a cambiar nuestros hábitos alimentarios.

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