Diego Hidalgo: “La sensación de que el avance de la tecnología resulta inevitable es fruto de la ideología mejor financiada de la historia”

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Diego Hidalgo: “La sensación de que el avance de la tecnología resulta inevitable es fruto de la ideología mejor financiada de la historia”
Roman Samborskyi / Shutterstock

Tal y como afirma el periodista Pierre Thiesset, los verdaderos tecnófilos son los críticos de la tecnología. Es una afirmación que recoge Diego Hidalgo, autor, emprendedor y conferenciante, en su libro Anestesiados. La humanidad bajo el imperio de la tecnología, y que bien podría aplicarse a él.

Hidalgo analiza el contexto digital en el que nos movemos y la deriva casi imperialista que está tomando el avance de las tecnológicas para advertir sobre los peligros de asumir de forma acrítica toda innovación como progreso.

Su segundo libro sobre la cuestión, Retomar el control. 50 reflexiones para repensar nuestro futuro digital, arranca de la siguiente manera: “El despliegue tecnológico que marca nuestra época no se corresponde plenamente con los intereses de la humanidad y es urgente retomar el control”.

Para Hidalgo, el diagnóstico es claro: el avance actual de la tecnología nos lleva hacia un entorno que concibe al ser humano más como un objeto al servicio de las máquinas que como un sujeto libre cuya especificidad debe ser preservada.

Hablamos con él sobre cómo hemos llegado a este punto, qué posibles soluciones individuales y colectivas existen y si todavía estamos a tiempo de pulsar el botón de off.

Anestesiados empieza con la siguiente dedicatoria: “A mis hijos Diego, Pablo y Amadeo, y a toda su generación, deseándoles que, frente al desafío tecnológico, encuentren las claves para seguir viviendo como seres libres”. ¿Qué tiene que ver el futuro digital con la libertad? ¿Por qué es esta la pregunta fundamental?

El entorno tecnológico en el que vivimos nos empuja hacia la eficiencia, la rapidez, la automatización y el ahorrar esfuerzo. Eso es muy cómodo, pero coloca unos raíles que nos guían en un sentido determinado en el que nosotros no decidimos por dónde vamos.

Esto ocurre de forma sutil. Rara vez uno se despierta pensando: “Esta decisión la tomé condicionado por mi entorno digital”. Por eso, el gran reto de nuestra especie es el de conservar un perímetro de libertad que yo espero que sea lo más grande posible.

Las tecnológicas pretenden que deleguemos en los dispositivos nuestra capacidad de tomar decisiones

El entorno digital influye en nuestras decisiones pequeñas y grandes y, si pensamos en la especificidad del ser humano, esta se distingue precisamente por la capacidad de tomar decisiones. Delegar esa tarea importa, porque la vida es la suma de todas las pequeñas decisiones que vamos tomando. Yo reivindico la libertad y la felicidad sobre la eficiencia y la inmediatez.

— Parece que ese futuro tecnológico fuera un fenómeno natural que va a ocurrir sí o sí, como un meteorito del que solo podemos calcular su trayectoria, velocidad y momento de impacto. ¿De dónde viene esa sensación de inevitabilidad cuando estamos hablando de un fenómeno que, en principio, depende de decisiones humanas?

Hay una dimensión ideológica importante en esa sensación de inevitabilidad. Gran parte de la industria nos presenta el futuro digital como la única opción y plantea como naturales cuestiones que en realidad son fruto de una decisión. La industria niega que tengamos posibilidad de influir en esto, que exista la posibilidad de debate. Y eso sirve a sus propios intereses.

La sensación de que el avance de la tecnología resulta inevitable es fruto de la ideología mejor financiada de la historia de la humanidad. Una ideología que sirve a propósitos económicos, pero también a una serie de valores que comparten solo una pequeña minoría que busca deconstruir al ser humano para vencer a la muerte, abolir los límites de la naturaleza y refundar la especie.

— Sin ánimo de sonar conspiranoica: ¿El objetivo es la utopía transhumanista?

No quisiera reducirlo todo al transhumanismo, pero creo que su impacto es bastante claro; no hace falta ser conspiracionista para verlo. Los líderes tecnológicos, con sus más y sus menos, lo abrazan con entusiasmo, aunque a veces lo hacen con cautela para no asustar a las personas.

Detrás de esta ideología hay una concepción muy aristocrática: ellos saben lo que es bueno para la especie humana por encima de cualquier consideración hasta biológica. Y también subyace una idea de fondo inquietante: que no hay una especificidad clara del ser humano, sino que este puede y debe ser siempre mejorado.

Detrás de esta visión hay un concepto de la felicidad humana que la cifra en la optimización y el rendimiento. Yo creo que la felicidad tiene que ver con una satisfacción vital ligada, no a que todos los componentes estén optimizados, sino a vivir con sentido.

— Las tecnológicas son muy poderosas, pero no gozan de buena reputación: ¿Por qué eso no se traslada a las decisiones de consumo del día a día? ¿Cómo es posible que entreguemos nuestra vida diaria a empresas en las que no confiamos?

Es una absoluta paradoja. No me gusta responsabilizar al usuario porque los algoritmos están diseñados para tomar el control, pero en este caso sí que hay que responsabilizar un poco al consumidor.

El poder está en realidad en nuestras manos, porque si todos dejáramos de usar sus servicios, dejarían de tener esa capacidad de influencia. Además, todas las plataformas tienen una alternativa que funciona igual de bien.

Yo conservo la esperanza porque ha habido cambios radicales de comportamiento en otras áreas de consumo, como la moda, la alimentación, el tabaco…

— En este camino, cada vez hay más reivindicaciones de padres y profesores para desconectar la infancia, desdigitalizar las aulas… ¿Cuál va a ser el impacto de esto?

Me parecen magníficas algunas iniciativas de la sociedad civil como Adolescencia Libre de Móviles y otras muchas que trabajan por una infancia y adolescencia más desconectada.

En todo lo que tiene que ver con estas edades se considera que hay un deber de protección.

Hay que legislar a favor de la desconexión, pero también hay que movilizarse como ciudadanos

Sin embargo, no solo hay que actuar pidiendo cambios legislativos, porque estos son lentos. Mientras las cosas van cambiando legislativamente, ¿sacrificamos a los niños que están entre 10 y 15 años, a los que no les llegarán los cambios? Hay que legislar, pero también hay que movilizarse, así que es muy importante articular ese escalón intermedio que se encuentra entre lo individual y lo político.

El debate en torno a la desdigitalización de las escuelas es casi inexistente. Tenemos cada vez más datos de lo que está sucediendo en salud mental y deterioro cognitivo y, aun así, el Estado está invirtiendo cientos de miles de euros en la digitalización de las aulas sin que esto esté respaldado por ningún criterio.

Diego Hidalgo
Diego Hidalgo

Por eso hemos lanzado la campaña Por una escuela off, en la que invitamos a reconsiderar la digitalización de las escuelas. Desarrollamos los 12 problemas que conlleva y articulamos cinco propuestas.

— ¿Y cuál es la respuesta ante el argumento de que esta desconexión impediría a los estudiantes adquirir las habilidades que van a necesitar para su vida futura?

En primer lugar, hay que hacer un análisis del coste-beneficio y, en el caso de los adolescentes, es claro hacia dónde se inclina la balanza.

En segundo lugar, muchos de los beneficios que puedes obtener de la tecnología “portable” (fundamentalmente, el smartphone) los tienes también con un ordenador. Es decir, con una tecnología de las que yo llamo más sólidas, que no es omnipresente y que no te acompaña todo el tiempo.

Una tecnología sólida es aquella que está contenida, que está enmarcada espacialmente en un determinado lugar. Eso mitiga mucho los efectos negativos y también permite un mayor control parental. Incluso para uno mismo, es más fácil saber las horas que se pasan detrás del dispositivo. Si has estado ocho horas con el ordenador, lo sabes. Con el smartphone se diluye esta conciencia.

Y luego, hay algunas expresiones falaces o vagas que dificultan el debate riguroso. Una de ellas, y aquí retomo mucho de los argumentos de Catherine L’Ecuyer en Educar en la realidad, es la de “competencias digitales”.

Estas tienen un sentido claro cuando pensamos, por ejemplo, en el desempeño de un trabajo profesional concreto. Pero hay un enorme malentendido si hablamos de desarrollar las competencias digitales de los jóvenes.

En primer lugar, porque la tecnología está diseñada para ser tan intuitiva que hasta un chimpancé podría usar un iPad. Entonces, ¿qué son las competencias digitales? ¿Apretar un botón de búsqueda?

En segundo lugar, nos damos cuenta de que los llamados nativos digitales están más sujetos a la desinformación, porque carecen de las referencias informativas offline que les permitan sacar el mejor partido a las digitales, tomando la necesaria distancia.

Hablamos mucho de los trabajos del futuro, pero la realidad es que cada año cambian, y más que los trabajos del futuro son los trabajos del momento. Lo que sí sabemos es que estará más preparado para un empleo el candidato que más factor humano sea capaz de aportar, el que más sepa pensar como la máquina no puede hacerlo y el que sea capaz de movilizar más referencias fuera de lo digital.

Debemos aceptar que la apuesta a largo plazo por el bien común conlleva perjuicios económicos en el corto

— Sin embargo, aplicado a nivel colectivo y en todos los ámbitos, este mensaje de desapegarse de las tecnologías nos dejaría en clara desventaja frente a otros países que insisten mucho en ellas para seguir en la carrera armamentística, para liderar en inteligencia artificial…

— Anestesiados justamente termina con una reflexión sobre cuáles serían los obstáculos que tendríamos que afrontar como sociedad si decidiésemos poner coto a la sobreconexión.

Uno de ellos es la fuerza de esa ideología tecnologicista que hemos comentado. Pero, sobre todo, tendríamos que aceptar que la apuesta por el bien común a largo plazo (es decir, un enfoque humanista de la política) puede exigir, en el corto y en el medio, que nuestro país salga perjudicado en la competencia con otros. Gran parte del problema reside en el miedo a que los demás no actúen de esta manera y a ser superados por nuestros competidores.

Un terreno en el que esto es particularmente evidente es el de las armas autónomas. Si soy el único país que no las desarrolla, me voy a quedar atrás en la carrera armamentística; pero avanzar hacia un sistema en el que cada vez hay más autonomía por parte las máquinas para decidir los objetivos y disparar contra ellos tampoco es una perspectiva muy positiva.

Hacer efectivo este enfoque humanista en la política requiere de una gran coordinación global, así que desafortunadamente no creo que vaya a ocurrir pronto. Pero mantengo una pequeña esperanza –o un deseo– de que, como en algunos otros casos (por ejemplo, la lucha contra el cambio climático), la humanidad sepa coordinarse de tal manera que priorice sus intereses colectivos como especie al beneficio a corto plazo. 

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