EE.UU. frente al desafío de un nuevo eje

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EE.UU. frente al desafío de un nuevo eje
Vladímir Putin y Xi Jinping durante la visita oficial del primero a China, 16-05-2024 (foto: Presidencia de la Federación Rusa)

El fin de la Guerra Fría dejó a Estados Unidos como única superpotencia. Pero ahora China y Rusia, con otros socios menores, desafían el dominio norteamericano y amenazan con nuevos conflictos que sacudirían la geopolítica mundial.

El historiador Niall Ferguson, profesor en la Universidad de Harvard, ha valorado positivamente un breve ensayo del también historiador y diplomático Philip Zelikow, profesor en la Universidad de Virginia, que lleva el título de “Confronting Another Axis? History, Humility and Wishful Thinking” (Texas National Security Review, vol. 7 [2024], n. 3, 2024), y que ha sido publicado por la Universidad de Austin. Tanto Zelikow como Ferguson recurren a los precedentes históricos para mostrar la realidad de nuevo un eje de potencias opuestas a Estados Unidos, lo que coincide con la descripción del entorno geopolítico del Concepto Estratégico de la OTAN (2022), en sus párrafos 6 a 19, donde se señala expresamente a Rusia y China, aunque tampoco falta alguna referencia a Irán y Corea del Norte. En dicho documento no se emplea el término “eje”, pero sí el de “actores autoritarios” (párrafo 7).

Tensiones internacionales

Vivimos en la escena internacional unos momentos de tensión –particularmente en Europa y a raíz de la guerra de Ucrania–, en los que los gobiernos occidentales, en su mayoría miembros de la OTAN, ponen el acento en la amenaza que supone la Rusia de Putin. No obstante, se mueven con cautela, porque las opiniones públicas del Viejo Continente no son receptivas a los tambores de guerra ochenta años después del final de la derrota del nazismo. Tampoco es nada receptiva la opinión pública estadounidense tras casi un cuarto de siglo de operaciones fallidas en Afganistán e Irak, a las que se suma la escasa capacidad de la Administración Biden para detener el conflicto de Gaza.

Ferguson se remonta en sus comparaciones históricas a los siglos XVIII y XIX, cuando Gran Bretaña, en plena construcción de su imperio, hizo todo lo posible por evitar mezclarse en las guerras del continente europeo, aunque destinó cuantiosos recursos económicos a sus aliados, como en la guerra de sucesión de Austria (1740-1748) o en la de los Siete Años (1756-1763). Sin embargo, en el transcurso de las guerras napoleónicas, a Gran Bretaña no le bastaría con el dominio del mar para derrotar a los franceses, ni tampoco mantenerse a la expectativa de una victoria de las potencias continentales sobre Napoleón. Llegó un momento en que los británicos tuvieron que desplegar tropas en el continente hasta derrotar definitivamente a la Francia imperial en Waterloo. De ahí que Ferguson pronostique que, tarde o temprano, los norteamericanos tendrán que intervenir directamente para frenar las iniciativas de Rusia, China u otros miembros del eje antioccidental.

Ferguson se hace eco de libros recientes, como World on the Brink, de Dmitri Alperovitch y Garreth Graff (Hachette, 2024), donde se exponen los temores de que en un futuro no muy lejano podamos vivir una crisis en torno a Taiwán similar a la de Cuba en 1962. Menciona también el libro To Run the World, de Sergey Radchenko (Cambridge University Press, 2024), que ahonda en la psicología de los dirigentes del Kremlin. Es una obra, sobre todo, histórica, pues se remonta a las conferencias de Yalta y Postdam, al final de la II Guerra Mundial, y abarca hasta la caída de la Unión Soviética, con sus etapas de audacia, decadencia y colapso final. En ella se subraya la inseguridad de los líderes soviéticos, que no se mueven por consideraciones meramente ideológicas, sino de afirmación nacionalista.

La oposición a EE.UU.

Sin embargo, el trabajo que merece mayor atención por parte de Niall Ferguson es el de Philip Zelikow, que considera que no existe una guerra fría con China, pese a las apariencias. La oposición a los norteamericanos viene, en realidad, de un eje más amplio de países, que representaría una amenaza mayor que el de Alemania, Italia y Japón entre 1937 y 1941 o el integrado por la URSS, China y otros países comunistas entre 1948 y 1962.

Putin y Xi comparten su oposición al hegemonismo estadounidense y la convicción de que sus países tienen la misión histórica de recuperar la grandeza perdida

Según Zelikow, vivimos en un período excepcional de dinámicas inestables y de aceleración de los acontecimientos, y los riesgos han aumentado por la proliferación de armas nucleares. Una de las situaciones actuales, la guerra de Ucrania, puede tener consecuencias que afecten al curso de la historia mundial. Nuestro autor no es pesimista a medio o largo plazo sobre las capacidades de reacción de Estados Unidos, pero considera mucho más peligroso el corto plazo, entre dos y tres años. Las guerras de Ucrania y Gaza se basaron en mayor o menor medida en el factor sorpresa o en la ingenua creencia de que Putin, pese al espectacular despliegue de tropas, no llevaría la situación hasta sus últimas consecuencias. Por lo demás, son mayoritarias las opiniones de que un ataque chino contra Taiwán traería efectos perjudiciales para el gigante asiático, pero esas consecuencias, según Zelikow, no impedirían que se produjera. La invasión de la isla podría ser interpretada como una derrota traumática de los norteamericanos, incapaces de impedirla, una especie de reedición de la crisis de Suez (1956), en la que franceses y británicos tuvieron que retirar de Egipto sus tropas victoriosas por la oposición de Washington y Moscú.

A lo largo de su ensayo, Zelikow insiste en la diferencia entre lo probable y lo posible. Es conocido el proverbio chino de que donde hay una crisis, puede haber una oportunidad. A esto se añade la circunstancia de que Putin y Xi Jinping posiblemente coincidan en su búsqueda de la oportunidad, sus cálculos estratégicos y la capacidad de adaptarse a los cambios sobrevenidos. Comparten ambos su oposición al hegemonismo estadounidense y una cierta glorificación de la guerra y del sacrificio, arraigada en sus respectivas culturas y forjada en su historia reciente. A esto se añade la convicción de que sus dos países tienen una misión histórica –la de recuperar la grandeza perdida–, en la que el recurso a la violencia no está excluido. Por otra parte, el eje antioccidental coincide con los anteriores ejes del siglo XX en percibir a Estados Unidos como un sistema neoimperial que restringe sus aspiraciones. Por esto, busca el entendimiento con otras naciones o culturas que se sienten oprimidas por los norteamericanos. Por ejemplo, Rusia intenta cultivar buenas relaciones con países del Sur Global como la India y Sudáfrica, tal y como hicieron en su momento los soviéticos.

Analogías históricas

En sus analogías históricas, Zelikow destaca que el Eje germano-italo-japonés intentó evitar o posponer un enfrentamiento directo con Washington, pero finalmente Japón cometió un error de cálculo al atacar Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941), que fue seguido cuatro días después de un error mayor: la declaración de guerra de Hitler a Estados Unidos.

Zelikow encuentra mayores similitudes con los inicios de la Guerra Fría. En 1950, Stalin dio su conformidad para la invasión de Corea del Sur por Corea del Norte, y tras la reacción norteamericana, que hizo retroceder a los norcoreanos, intervino la China de Mao, que envió decenas de miles de “voluntarios” a la península coreana. En opinión de nuestro autor, tampoco fue coincidencia la intensificación de los ataques de la guerrilla vietnamita en esas mismas fechas contra las fuerzas coloniales francesas. Se dice incluso que China valoró por entonces un ataque simultáneo a Taiwán, que no llegó a producirse. Detrás de estos propósitos pesaba el argumento de que los soviéticos, que poseían el arma nuclear desde 1949, podrían intervenir directamente para auxiliar a los chinos.

La principal conclusión de Zelikow es que EE.UU. no tiene ahora ninguna iniciativa estratégica y no le queda otro remedio que reaccionar a las elecciones de los adversarios

Mientras estos acontecimientos tenían lugar en Asia, los informes de la CIA en 1951 apuntaban a una invasión de la Yugoslavia de Tito por la Unión Soviética. El despliegue de la OTAN y el posible suministro de armas occidentales al régimen comunista disidente habrían hecho a Stalin cambiar de opinión y abandonar la posibilidad de desencadenar una crisis coincidente con la guerra de Corea.

La principal conclusión del ensayo de Zelikow es que Estados Unidos no tiene ahora mismo ninguna iniciativa estratégica y no le queda otro remedio que reaccionar a las elecciones de los adversarios. Es evidente que una respuesta esperada de Washington sería la de las sanciones, pero los hechos recientes demuestran que por sí solas no disuaden a quienes alteran el orden internacional. Nuestro autor también se fija en otro detalle: en los regímenes autoritarios, en los que el líder tiene la última palabra, no se hace muchos caso de los asesores especializados. El culto a la personalidad impera sobre cualquier otra consideración. Todos los líderes están obsesionados por pasar a la historia y creen estar librando una lucha vital en su enfrentamiento con Occidente. En algunos casos, como el del régimen iraní, se transmite la consigna de que está en juego la supervivencia de la revolución islámica. En el caso de la Rusia de Putin, hay un convencimiento de que el tiempo juega a su favor. Así lo asegura en Russia in Global Affairs (enero 2024) Serguéi Karagánov, para quien la guerra de Ucrania se saldará con una victoria rusa y la pérdida de influencia norteamericana en Europa.

Tres escenarios para Taiwán

Zelikow asegura que China está preparada para la guerra, lo que no significa necesariamente que la esté buscando, aunque el Partido Comunista Chino utiliza un cierto discurso belicista para movilizar al país. El Partido hace uso de la historia para sus propósitos, pues presenta el resultado de la guerra de Corea como una victoria de China, cuyo ejército evitó la derrota de los norcoreanos, y en el caso de la guerra de Vietnam, sin una intervención directa de los chinos, se produjo otra derrota norteamericana.

Respecto a Taiwán, Zelikow afirma que pueden producirse tres escenarios. El primero es un Pearl Harbor, una agresión contra Taiwán combinada con ataques a instalaciones militares estadounidenses como las de Japón y la isla de Guam. El resultado sería una guerra generalizada e inmediata. El segundo es un conflicto al estilo del de Corea en 1950, con preparativos para una invasión, pero la posible lentitud de las operaciones podría provocar una actitud ambigua de Estados Unidos y Japón, que no evitaría el posterior riesgo de guerra abierta. Por último, el tercer escenario es un control indirecto de las fronteras marítimas y aéreas de Taiwán por parte del ejército chino, con el establecimiento de aduanas y restricciones a la inmigración. Esto no sería exactamente un bloqueo, pero podría llegar a serlo si Taiwán desafía a China. El paso siguiente de los chinos sería enfrentarse a las fuerzas navales y aéreas taiwanesas que pretendieran romper el bloqueo. Zelikow apunta que una de las respuestas de Taiwán podría ser cortar las exportaciones de semiconductores a China, aunque Pekín podría replicar suspendiendo el suministro de energía a la isla. Este sería el escenario más probable, en opinión del analista, porque es el más sencillo para China y el más complejo para una respuesta de Estados Unidos.

Philip Zelikow hace finalmente un llamamiento a la diplomacia estadounidense a tomar la iniciativa y a definir sus objetivos, juntamente con sus aliados, en Oriente Medio y el Indo-Pacífico, aunque a la vez subraya la importancia de la estabilidad económica y política interna para hacer frente al desafío de las potencias autoritarias.

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