“Compórtese usted cívicamente”. ¿Quién se opondría, de entrada, a este mandato? Solo los ácratas o los cínicos, podríamos pensar. Sin embargo, la práctica del civismo no es tan fácil como pueda parecer. Para empezar, porque se trata de una tarea a la vez personal y comunitaria, cuya práctica se ve dificultada –en los dos ámbitos– por arraigadas corrientes culturales y sociales.
En primer lugar, conviene aclarar que el sentido más profundo del término civismo va mucho más allá de los buenos modales; según el diccionario de la Real Academia Española, el civismo exige un verdadero “celo por las instituciones e intereses de la patria”. Pero, claro, para que esta actitud sea exigible es necesario, o al menos muy conveniente, un determinado conte…
Contenido para suscriptores
Suscríbete a Aceprensa o inicia sesión para continuar leyendo el artículo.
Léelo accediendo durante 15 días gratis a Aceprensa.