Kyle Chayka: “A medida que las recomendaciones algorítmicas se han hecho más presentes, el mundo se ha ido configurando a su alrededor”

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DURACIÓN LECTURA: 11min.
Foto: John Sisk

Kyle Chayka (Portland, 1988) empezó a interesarse por Internet con 10 años. Era el lugar en el que chateaba o jugaba a videojuegos, en el que descubrió muchas de las cosas que le gustan a día de hoy. Internet era ese lugar de posibilidades y libertad. Iba para comisario de arte, pero después de descubrir, durante unas prácticas, que era un trabajo duro, además de aburrido, se decantó por el periodismo. “Me di cuenta de que podía escribir sobre exposiciones y museos, pero también sobre tecnología e Internet, y sobre cómo surge el arte en la red”.

Ese fue el punto de partida de un camino que le ha llevado a escribir sobre tecnología y cultura digital para el New Yorker y publicar dos libros. En el último, Mundofiltro: cómo los algoritmos han aplanado la cultura (Ed. Gatopardo, 2024), Chayka plantea cómo Internet ha pasado de ser un lugar en el que reinaba la curiosidad y se producía y distribuía la cultura, a convertirse, recomendaciones algorítmicas mediante, en una máquina de crear contenidos genéricos y socavar las diferencias y los gustos personales.

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— ¿Qué es «mundofiltro»?

Hace 20 años, Internet era relativamente abierto. Todos los sitios web estaban más o menos en igualdad de condiciones entre ellos. Hoy en día, lo que vemos son feeds infinitos de contenidos recomendados por algoritmos, recomendaciones que intentan adivinar lo que queremos encontrar antes incluso de que lo busquemos. Ya no estamos en esa era del Internet abierto, ya no somos errantes curiosos que navegan por las páginas web. En su lugar, somos bombardeados con contenidos adaptados que intentan llegar a nosotros a través de estas recomendaciones.

Es decir, mundofiltro es Internet en la actualidad. Quería una palabra para describir cómo todo lo que nos rodea se filtra a través de plataformas digitales, ya sea nuestro correo electrónico, mensajes de texto, una serie de televisión en Netflix o una foto en Instagram. Todo el tiempo estamos influidos por recomendaciones. Quería una palabra para capturar este estado de existencia. Porque si podemos capturarlo, podremos empezar a entenderlo.

— Háblame de tu “Moby Dick”, de las cafeterías genéricas.

Cuando empecé a ver esto fue en torno a 2015, 2016. Por aquel entonces viajaba mucho como periodista e iba a Europa Occidental, Asia, Escandinavia y otros lugares. Y me di cuenta de que en cualquier ciudad en la que aterrizaba, había una cafetería con esta estética: azulejos blancos, muebles escandinavos de mediados de siglo, tazas de cerámica hechas a mano. Lo mismo ocurría con los Airbnbs. Ver esto me hizo comprender que la misma estética se estaba volviendo popular y deseable en todo el mundo, independientemente de la geografía en la que te encontrases.

— ¿Te refieres a eso cuando escribes que los algoritmos están aplanando nuestra cultura? ¿Que todo empieza a ser igual en todas partes?

El aplanamiento tiene múltiples significados. Uno de sus sentidos, y es al que me refiero, es la homogeneización. Hay múltiples factores por los que esto está sucediendo, y el primero es la globalización de las plataformas digitales.

«La única forma de hacerse popular en estas plataformas es adaptarse a esa estética genérica. De lo contrario, te ignoran»

Mucha gente de todo el mundo flota en los mismos espacios digitales, como Facebook, Instagram, Netflix o Airbnb. Y consumimos los mismos tipos de contenidos culturales, que están guiados por las plataformas. A medida que las plataformas empezaron a ser más algorítmicas, basadas en recomendaciones, todo se volvió aún más homogéneo.

Lo que es popular en una plataforma se recomienda más. Es un embudo. Poco a poco te van guiando hacia contenidos lo más genéricos posible, y de ahí viene la estética homogénea de Airbnb o el hecho de que la música pop de Spotify suene parecida entre sí. La única forma de hacerse popular en estas plataformas, la única forma de llamar la atención, es adaptarse a esa estética genérica. De lo contrario, te ignoran.

— ¿Cómo afecta este embudo a la distribución de contenido artístico en redes sociales? ¿Dónde queda el límite entre lo que es artístico y lo que no?

Las plataformas digitales tratan todo en ellas como si fuera lo mismo. Un usuario es igual que otro usuario, un contenido es igual que otro contenido. No importa si publicas un cuadro, una fotografía o una coreografía, todo es lo mismo. Todo se ha convertido en contenido porque todo se trata como el mismo tipo de cosas.

Mientras que cuando pensamos en arte… Si el contenido es algo genérico, el arte es eso que es único y poderoso; diferente y conmovedor. Precisamente lo contrario de genérico.

— En el libro hablas de la ansiedad algorítmica.

El término de ansiedad algorítmica expresa nuestra relación con el mundofiltro. Queremos consumir arte, no queremos consumir contenido genérico, pero estamos impotentes. No somos más que un sujeto, no tenemos ningún poder en esta relación y no podemos cambiar el funcionamiento del algoritmo. Así que la ansiedad viene de nuestra impotencia, creo, porque no logramos descifrar cómo funciona.

— Y no podemos escapar de él.

En los últimos 15 años, a medida que las recomendaciones algorítmicas se han ido haciendo más presentes, gran parte del mundo se ha ido configurando a su alrededor. Así que, aunque no estés mirando el móvil, aunque no estés en Instagram, el aspecto de las cosas a tu alrededor ha empezado a estar determinado por esa plataforma.

La curación humana de los contenidos culturales «se ha minimizado en favor de recomendaciones algorítmicas que hacen más popular lo que ya lo es»

— También dedicas un capítulo entero al gusto. ¿Cómo podemos saber lo que nos gusta por inclinación personal, y lo que nos gusta por adaptarnos a la masa?

Superficialmente, el gusto es lo que te atrae. Sabes que te gusta más un tipo de música que otro. Pero creo que tener un sentido del gusto cultivado significa entenderlo. Conocer el contexto del que procede, saber cómo se relaciona con otras cosas. Tener una lógica que explique esa preferencia.

— En Mundofiltro también mencionas a los guardianes de la cultura. Hace años eran guardianes humanos, por ejemplo los críticos de cine o de literatura, pero ahora son algoritmos. ¿Por qué es eso peor? Cuando eran humanos, normalmente también tenían algún tipo de interés o sesgo.

Es una pregunta difícil. En mi opinión, los guardianes son las personas que dirigen la distribución cultural. Son el editor de la revista, el comprador de los grandes almacenes de moda, la gente que dice “esto es popular”.

Creo que hemos pasado de unos guardianes humanos de la cultura, en el sentido de distribución cultural, a unos guardianes algorítmicos. El algoritmo determina qué es lo más popular, en lugar del humano que lo pone en la portada de la revista. Y creo que, en general, eso es peor. Tiene que haber un equilibrio. No se trata de que todo deba ser humano o algorítmico, necesitamos un equilibrio entre esas dos realidades.

Lo malo es que ahora no tenemos suficientes humanos en la creación del gusto o en la toma de decisiones culturales. Hemos perdido mucho de eso, del papel del editor, el comisario o el productor. Se ha minimizado en favor de recomendaciones algorítmicas basadas en datos que hacen más popular lo que ya lo es.

— ¿Entonces ahora es más difícil encontrar esas joyas culturales ocultas en Internet?

Yo creo que sí. Cuando hablo con la gente sobre Internet o el consumo cultural, siempre me dicen: “no sé dónde encontrar cosas buenas”. La gente se ha cansado de los feeds algorítmicos. Se ha cansado de mirar lo que hay en su TikTok. Quieren algo que les haya recomendado una persona y que sea algo único y especial: que no esté sobreexpuesto.

La cosa es que esperamos que todo venga a nosotros en lugar de tener que buscarlo. Puedes encontrar cosas geniales, todo lo que tienes que hacer es ir a tu cine o sala de arte local y ver una película al azar. Puedes hacerlo en cualquier momento. O ir a una exposición al azar. Pero la gente ha sido condicionada para pensar que no tiene que hacer eso y que solo debe ir a los lugares y hacer las cosas que son populares o tienen buenas calificaciones en Internet.

— ¿Cómo se rompe esa burbuja de lo popular siendo cada vez más popular?

Es difícil. Es un poco como luchar contra la ganadería industrial comiendo tú solo pollos de pasto. Puedes intentarlo, pero eso no soluciona todo el ecosistema. Creo que lo único que puede resolver el ecosistema es la regulación. Regular a las plataformas digitales, como Facebook y Google, y dar a los usuarios más derechos sobre los datos, como se está haciendo ahora en la Unión Europea.

Pero Internet pasa por diferentes épocas, y creo que ya hemos pasado el pico de la era de las redes sociales masivas. Si la gente se aleja de ellas y se acerca a plataformas que funcionan de otra manera, con menos recomendaciones algorítmicas, el ecosistema también cambiará.

— En los últimos meses, he estado pensando en qué pasaría si, en algún momento, todas las empresas de redes sociales desaparecieran, de un día para otro. Cómo cambiaría lo que leemos, lo que comemos y vemos. Si eligiríamos otro destino de vacaciones en caso de que no pudiéramos publicar una foto.

Es un buen ejercicio de reflexión. Creo que nunca me lo había planteado. Pero sí es verdad que suele ser así: ves una foto en Instagram de la Riviera francesa y piensas “voy a ir a esa mesa, voy a tener mi libro abierto, voy a tomar ese café”. Esa será mi experiencia, y eso será el éxito. Es la realización del deseo. Si no hubiera redes sociales, eso cambiaría. En lugar de tener la experiencia predeterminada, tendrías que presentarte en el sitio y luego experimentar lo que hay y encontrar algo que funcione para ti.

Y lo mismo ocurriría con un libro o una película. Siento que las redes sociales a veces nos bombardean con opiniones ajenas sobre cualquier cosa que vayamos a ver o a leer. Oyes hablar tanto de una película en X que sientes que lo sabes todo sobre ella antes de verla. La experiencia está predeterminada, como si no pudieras tener tu propia opinión. Si no tuvieras esas otras aportaciones, quizá irías con la mente más abierta y simplemente lo experimentarías por ti mismo, en lugar de juzgar tu propia experiencia a partir de las experiencias de otras personas.

— En Instagram o TikTok, por ejemplo, pasas de ver un vídeo de gatos, a un vídeo de un bombardeo en Gaza, a una receta de un batido proteico, a una rutina de ejercicios y acabas en una inundación en Asia Oriental. Todo ello en 10 segundos. ¿Está generando esto una especie de adormecimiento ante la realidad?

Es un “colapso del contexto”. Como consumidor, no puedes construir un contexto coherente. Creo que el concepto de colapso del contexto se utilizó originalmente en relación con la televisión por cable, para describir los problemas que ocasionaba cambiar continuamente de canal. Pero ahora TikTok es tu canal cambiando cada tres segundos. Y está destruyendo cualquier tipo de contexto o información que viene con él. Creo que eso nos insensibiliza, y hace más difícil desarrollar una comprensión holística de cualquier cosa porque todo está tan acelerado.

— Quería preguntarte también por la experiencia offline, porque tengo la sensación de que hay una especie de vuelta de la experiencia online a la offline.

El auge de lo analógico es muy interesante. Hay una gran tendencia a hacer algo con las manos, como la cerámica. Pero Internet también marca esas tendencias. Creo que la gente intenta evitar que sus aficiones o su creatividad se vean influidas por la red, pero es muy difícil. Es irónico, porque las cosas que se hacen en la vida real a menudo producen el mejor contenido online.

Alguien tallando madera o construyendo un muro de piedra son actividades teóricamente offline que se han convertido ciertamente en online. Pero para ser optimistas, la cualidad adormecedora de Internet y la forma en que todos estamos tan absorbidos por él, empuja a la gente a buscar lo contrario y a valorar la experiencia analógica. Por ejemplo, esa sensación de sentirse conmovido por obras de arte. Se ansía porque no se tiene. Se anhela el tacto de las cosas en la vida real y las experiencias cara a cara con otras personas, como ir a conciertos o estar en un restaurante.

Creo que hemos pasado el apogeo de las redes sociales y la gente ha comprendido que no podemos vivir nuestra vida en Internet, sobre todo después de la pandemia. Todos lo intentamos y descubrimos que era terrible. Así que estamos avanzando hacia nuevas fuentes de satisfacción, que pueden implicar artesanía o experiencias físicas.

— ¿Hay alguna forma de volver a que las experiencias y las cosas sean suficientes por sí mismas, sin tener presencia en Internet?

Esa es la mejor pregunta. Que las cosas sean suficientes es una gran encapsulación del problema actual: algo parece no ser suficiente si no tiene éxito en Internet.

Últimamente, yo he intentado conscientemente ir y apreciar más lugares que no sean los mejor valorados, ni los que tengan una estética perfecta, ni los más destacados de Internet. Simplemente, ir a un sitio y apreciarlo por lo que es y disfrutarlo. Y sentir que es suficiente.

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