La salud mental puede y debe colarse en las aulas

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El excesivo tiempo de pantallas se suele señalar como una de las principales causas de la mala salud mental entre los jóvenes. Para abordar el problema, algunos expertos sugieren aprovechar otro espacio donde los menores también pasan unas cuantas horas de su día a día: la escuela.

Cada vez hay más iniciativas en este sentido. Por ejemplo, en septiembre del año pasado, Aula Siena y la Universidad Camilo José Cela (UCJC) lanzaron un máster online para educadores en salud mental infanto-juvenil, dirigido especialmente a profesores.

Javier Urra (doctor en Psicología y en Ciencias de la Salud, académico de número de la Academia de Psicología de España, primer Defensor del Menor en este país y director de RECURRA GINSO, una clínica de salud mental para niños y jóvenes) es su director pedagógico; Carlos Valiente (doctor en Psicología, profesor e investigador en varias universidades, psicólogo educativo, neuropsicólogo y psicólogo general sanitario, y director del Instituto Clínico y de Investigación Interdisciplinar en Neurociencias) y Maite Garaigordobil (doctora en Psicología, experta en intervención psicológica en entornos educativos, y varias veces incluida en el ranking de las investigadoras más importantes del mundo, elaborado por la Universidad de Stanford) impartirán algunas clases.

Hemos querido hablar con los tres, para pedirles su opinión sobre la crisis de salud mental de los jóvenes, y específicamente sobre el papel que puede desempeñar la escuela.

En cuanto a si la situación es tan alarmante como describen las noticias, están de acuerdo en que, pese a que el foco mediático puede haber provocado una mayor sensación de alarma, la evidencia apunta a que sí se están dando más trastornos, y especialmente entre la población joven. Para España, Garaigordobil apunta, en concreto, a los datos de la Fundación ANAR o al estudio PSICE, promovido por el Consejo General de la Psicología y que señala, por ejemplo, que un 14% de niños y niñas entre 11 y 18 años sufre ansiedad grave, o que un 5% ha intentado suicidarse. A nivel internacional, el informe Health at a Glance también detecta un aumento de tentativas suicidas y de trastornos alimentarios (en ambos casos, más en chicas que en chicos), con España entre los países más afectados.

Pantallas, covid y falta de sueño

El abuso de pantallas y la pandemia de covid (lo que esta supuso para la interacción social) son citados frecuentemente como causas decisivas del empeoramiento de la salud mental juvenil. Para Garaigordobil, es cierto que algunos estudios muestran que la tendencia venía de antes (por ejemplo, el informe Health at a Glance), o que el aumento de la ideación suicida ha continuado desde 2021 (Barómetro Juventud, Salud y Bienestar 2023), pero no hay duda de que los dos factores han sido claves en la explosión de casos.

Según Javier Urra, la falta de sueño entre los menores no es un problema suficientemente valorado en España

Valiente se muestra de acuerdo en el papel “objetivo” de los confinamientos en la crisis, aunque advierte de que, al establecer correlaciones, conviene tener en cuenta también la sensación subjetiva del transcurso del tiempo: para muchos jóvenes, que han vivido menos, aquella época empieza a quedar mentalmente más lejana, lo cual, unido a una mayor plasticidad cerebral, quizá ha derivado en que los adultos tendamos a sobrestimar el impacto psicológico que haya podido dejar en ellos. En cambio, Valiente sí es tajante respecto al uso de las pantallas en el proceso educativo. En su opinión, estas producen un nivel de estimulación cerebral -a través de varios canales sensoriales simultáneos- con el que el profesor tiene muy difícil competir.

Otra amenaza para la salud mental de los jóvenes, en buena medida relacionada con las pantallas, es la falta de sueño. Según Urra, no es un problema suficientemente valorado en España, quizás porque existen hábitos culturales (cena copiosa, acostarse tarde) muy arraigados. Garaigordobil destaca, por su parte, que la relación entre la cantidad y calidad del sueño y la salud mental es bidireccional; es decir, trastornos como la ansiedad o la depresión pueden provocar que se duerma menos y peor.

Como experto en neurociencia, Valiente subraya la importancia del sueño como “proceso eminentemente activo y productivo” (por ejemplo, para la regulación hormonal, inmune, térmica y sináptica, o para la eliminación de radicales libres). Por eso, explica, establecer una adecuada pauta de sueño debe ser “una línea roja innegociable”.

El psicólogo, uno más en la escuela

Pero, más allá de apoyar a las familias en lo relativo al uso de pantallas (cada vez más restringidas en las aulas de distintos países) y al sueño, ¿cómo pueden las escuelas implicarse directamente en la crisis de salud mental de los jóvenes?

Para Urra, Garaigordobil y Valiente, la presencia de psicólogos en los centros educativos es absolutamente imprescindible. De hecho, comenta Valiente, esta debería ser corriente allí donde se desarrolla cualquier actividad humana, aunque solo sea para optimizar el funcionamiento de las personas implicadas. En el caso de los colegios, recomienda que los psicólogos tengan más peso en los departamentos psicopedagógicos y de orientación, y que exista un diálogo permanente entre estos, los docentes y las familias. En concreto, Valiente piensa que las escuelas deben hacer partícipes a los padres de los programas o métodos escogidos para el cuidado de la salud mental; por transparencia, pero también para que estos se impliquen de forma activa.

Para Garaigordobil, ha llegado el momento de incorporar un psicólogo educativo a la plantilla de cada escuela

Para Garaigordobil, más que movilizar psicólogos o psiquiatras “externos”, se debe apostar de una vez por todas por la figura del psicólogo educativo, que formaría parte de la plantilla del propio colegio. La creación de esta especialidad, reclamada por numerosos expertos, aún no ha recibido el respaldo oficial del Ministerio de Educación.

Según Garaigordobil, los profesores no tienen la capacitación suficiente para esta tarea. En este sentido, no le sorprende que la figura del “coordinador de bienestar”, introducida por la última ley educativa –la LOMLOE– y que habitualmente es desempeñada por docentes, no haya resultado especialmente efectiva. El profesor, comenta Garaigordobil, puede tener una función de detección inicial de los problemas de salud mental, pero después debe derivar los casos al psicólogo educativo. En ocasiones, este tendrá que remitir al alumno, a su vez, a un psicólogo o psiquiatra externo, si el asunto excede sus competencias o requiere internamiento.

Así pues, se puede decir que existe consenso entre los expertos en que la atención de la salud mental en la escuela debe profesionalizarse. En este sentido, cabe recordar que también en el campo de la psiquiatría se ha optado hace pocos años por crear una especialidad en “Psiquiatría infantil y de la adolescencia”.

Esta profesionalización de los cuidados no significa que los profesores no puedan y deban mejorar sus conocimientos sobre salud mental; algo, según los expertos, cada vez más necesario. La iniciativa de Aula Siena y la UCJC es una oportunidad para ello. Pero, en opinión de Garaigordobil, todos los docentes deberían formarse en este ámbito. Por eso, propone que estos contenidos tengan un peso importante en el máster de acceso al profesorado.

¿Exceso de visibilización o de patologización?

Durante mucho tiempo se ha dicho que uno de los obstáculos para avanzar en salud mental –juvenil, y también adulta– era el estigma social asociado a estos problemas. Por eso se insistía en una estrategia de visibilización y normalización. Sin embargo, últimamente el asunto está muy presente en los medios, la política y, en general, en la “conversación pública”.

La cultura juvenil, especialmente, ha convertido la salud mental –la mala salud mental, sobre todo– en uno de sus temas predilectos: estrellas de la música o el cine que exponen públicamente su ansiedad o sus “tocs” (apócope de trastornos obsesivos-compulsivos), influencers que dan consejos en redes sociales sobre cómo limpiar los “pensamientos oscuros”, series donde abundan los personajes mentalmente frágiles, extensión de un lenguaje terapéutico en el día a día, etc. Hay quien habla de una cierta “glamurización” de los problemas psicológicos: como si, en el mercado de atención que son las redes sociales, reconocer un trastorno mental se hubiera convertido en una forma de “victimismo chic”. Es decir, como si se estuviera banalizando el problema y, al mismo tiempo, patologizando la vida normal.

Ante una cierta banalización de la salud mental en redes sociales, la escuela puede ofrecer referencias más fiables y profesionales

Por otro lado, algunos estudios han alertado sobre el riesgo de que los programas de salud mental dirigidos a jóvenes generen un cierto “efecto contagio”. Así lo señala, en concreto, una investigación publicada el año pasado. Los autores recogen datos de análisis previos, que documentan cómo algunos estudiantes decían haber experimentado pensamientos oscuros o inquietud sobre su estado psicológico a raíz de alguna de estas intervenciones escolares; unos sentimientos que antes no tenían.

En un artículo del New York Times sobre este posible “efecto contagio”, publicado el pasado mayo, la doctora Jessica L. Schleider, directora del Lab for Scalable Mental Health de la Northwestern University (EE.UU.), señalaba que en general las evaluaciones muestran un efecto positivo de los programas de salud mental en las escuelas, aunque reconoce que “quizás tenemos que ir más allá del enfoque universal, tipo asamblea escolar, y centrarnos en intervenciones específicas y suaves”, dirigidas a los estudiantes más vulnerables o que muestren indicios de algún problema.

Garaigordobil y Valiente consideran que, pese a que existe en la cultura juvenil una cierta tendencia a patologizar o sobredimensionar situaciones corrientes, a veces como un modo de recibir atención en las redes sociales, es importante que los problemas de salud mental se aborden con valentía en la escuela –en parte, puntualiza Valiente, para ayudar a los estudiantes a cribar sus fuentes de información sobre el tema–. Garaigordobil opina, además, que muchos de esos supuestos casos de “contagio social” habrían terminado saltando de todas maneras, antes o después.

Un problema social

Urra, que se muestra partidario de profesionalizar el cuidado de la salud mental en las escuelas –por ejemplo, incorporando a cada centro una enfermera especializada en salud mental–, considera, no obstante, que es necesario abordar la raíz cultural del problema.

Denuncia, en concreto, que “nuestra sociedad daña más la psique”, y que al mismo tiempo se ha vuelto “quejicosa y victimista”. Por eso, piensa que “hay que preparar a los niños para afrontar la vida real. Eso pasa por salir del ego, por volcarse en los demás”. También por cultivar el espíritu: “más allá de los programas específicos [de salud mental], que se fomente la tertulia, el teatro, el deporte, la espiritualidad, el uso de un lenguaje correcto, el sentido del humor… Todo esto es un bálsamo para el espíritu humano”.

Sin restar importancia a este modo indirecto de abordar el problema, Garaigordobil insiste en la figura del psicólogo educativo –que debe prestar especial atención al bullying y ciberbullying, problemas crecientes–, mientras que Valiente enfatiza la necesaria coordinación y cooperación entre familias y centros educativos.

Lo cierto es que los dos enfoques, el cultural y el profesional-terapéutico, son compatibles. Afrontar los factores culturales es necesario en el medio y largo plazo; pero también lo es, en el corto, atender a los menores dentro de sus propias escuelas, donde pasan tanto tiempo y donde tienen la oportunidad de recibir el respaldo de profesores y amigos.

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