Transhumanismo: una utopía peligrosa

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El transhumanismo y posthumanismo es un movimiento que pretende cambiar con la tecnología el cuerpo y la mente del hombre para potenciar sus capacidades y aun darle otras inéditas. Aunque sus metas últimas suenan a utópicas, puede influir en la realidad al promover una aplicación sin límites de la biotecnología al ser humano, o un rechazo de las limitaciones naturales y del sufrimiento que condiciona la actitud hacia enfermos y discapacitados. La revista Cuadernos de Bioética dedica su último número (1) a esta corriente; entresacamos extractos de dos artículos.


Una versión de este artículo se publicó en el servicio impreso 26/15

En el trabajo que sirve de introducción, Luis Miguel Pastor (Departamento de Biología Celular e Histología, Universidad de Murcia) y José Ángel García Cuadrado (profesor de Antropología Filosófica en la Universidad de Navarra) exponen los rasgos generales y las raíces ideológicas del tanshumanismo (2).

El transhumanismo-posthumanismo (T-P) ha sido definido como un movimiento cultural, científico e intelectual, que considera un deber ético el mejorar las capacidades del hombre, sean estas de índole biológica, psíquica o moral. Este mejoramiento es justificado por diversos fines, en principio útiles para el hombre, como son la eliminación del dolor y el sufrimiento asociado a la enfermedad y al envejecimiento, la mejora de nuestras sociedades suprimiendo comportamientos inadecuados, o la posibilidad de la inmortalidad.

Tal propuesta se nos muestra con un marcado carácter utilitarista, tras el cual se encuentra el debate sobre los términos de este mejoramiento: dónde termina la acción terapéutica y dónde comienza la modificación de lo humano. O dicho de otra forma: qué aspectos podemos considerar inhumanos y por lo tanto hay que eliminar, y cuáles se han de mantener. En el fondo, esta propuesta exige preguntarse sobre lo que es el hombre y lo que queremos que llegue a ser.

En el inicio del planteamiento transhumanista está el olvido o la no aceptación de la identidad humana con sus límites y condicionamientos

Rediseño del ser humano

Los proponentes de esta vía de construcción de nuestro futuro no solo piensan y desean un hombre sin determinados condicionantes, o con capacidades potenciadas, sino que admiten la posibilidad de nuevos seres diferentes que trascenderían al propio hombre. No es solo, pues, un mejoramiento lo que se admite, sino una recreación o rediseño del hombre, realizada por el propio hombre, y todo ello con la ayuda de una de las obras más específicamente humanas como es la ciencia y la técnica. No es, como propone la modernidad, la potenciación de lo que consideramos positivo en el hombre y que conduzca a un hombre autónomo, maduro y emancipado, sino la posibilidad de proponernos como objetivo seres híbridos o completamente distintos a partir del ser humano.

El proyecto T-P se articularía en varias fases en la medida en que los diversos medios estén disponibles. Sumariamente podemos decir que las medidas pueden ser de orden eugenésico (para eliminar embriones o fetos con anormalidades congénitas), nanotecnología e implantaciones de diversos “microchips”, y uso de fármacos que potencien capacidades o regulen afectos o eliminen aspectos negativos de la personalidad. También se considera el uso de la terapia genética, pero no solo para curar individuos, sino también para producir cambios en la descendencia. Asimismo, el T-P se plantea trascender los límites humanos de la temporalidad, como pueden ser propuestas de una existencia postbiológica a través del volcado del cerebro de un hombre en un ordenador o la conformación de una realidad híbrida, parte orgánica y parte cibernética.

El cuerpo, mero instrumento

En las diferentes críticas que se han realizado de la propuesta T-P y de sus postulados (3), como son el carácter discriminador o la limitación que supondría para la libertad humana, u otras de más calado, como las que consideran que la ideología T-P supone una concepción del hombre de tipo materialista, según la cual su naturaleza está constituida por simples determinismos físicos, se hace hincapié en la asunción por parte de este movimiento de principios antropológicos y éticos propios de la modernidad.

Así, se menciona el reduccionismo mecanicista del hombre que implica un dualismo de fondo de corte cartesiano, de tal manera que la persona se define solo por los estados de conciencia, especialmente los ligados al ejercicio de la razón; por tanto, es posible, dentro del T-P, hablar de máquinas humanas o animales humanos si pueden realizar razonamientos o cálculos. Tal concepción llevaría a reducir la esencia humana, al considerar que lo corporal no entra en su definición, y a contemplar que el respeto al hombre está estrictamente ligado al ejercicio de una racionalidad. Si a esto se suma la concepción moderna de una libertad emancipada y creadora de la propia naturaleza humana a base de sucesivas elecciones, o la asunción de un criterio utilitarista, el T-P se nos presentaría como un producto típico de la modernidad que busca la liberación del hombre de sus límites y condicionamientos.

El campo en que el intento de un futuro posthumano comienza a ser decisivo es el de las opciones procreativas

Hacia una era posthumana

Pero la razón instrumental, que guía este proyecto de hombre moderno, encuentra en el propio ser humano elementos de resistencia. Los deseos de la voluntad erigida como rectora del proceso encontrarían límites asociados a la condición corporal humana. Habría que tratar de conseguir más posibilidades de elección, pues la libertad se habría topado con un límite, que es nuestra estructura biológica.

¿Qué hacer? La respuesta sería sencilla: cambiemos esa corporalidad a nuestro gusto, vayamos a la estructura biológica y modifiquémosla; si podemos dirigir la evolución humana a través de la bioingeniería, ¿por qué debemos dejar que siga su curso? Si podemos conseguir más salud, un hombre mejor, a través de la tecnología, o la genética de células germinales, ¿no es esto una responsabilidad que tiene el hombre sobre sí mismo? Es más, el proyecto T-P nos podría conducir hacia una era posthumana que fuera superadora de la actual condición, marcada por la imperfección y los límites intelectuales, corporales y éticos.

El T-P se nos mostraría como un monismo biológico mezclado de dualismo antropológico; este es reduccionista en cuanto asume que todas las cualidades humanas son materiales, aunque hay unas, las mentales, que definen al hombre y dominan a las corporales. En el fondo, late una idea de hombre dual que no se hace cargo de la íntima relación sustancial entre lo corporal y lo no corporal de lo humano: en la concepción transhumanista, lo mental usa lo corporal intentando sacar del cuerpo el máximo provecho en aras de una felicidad encerrada en los límites del bienestar sensible o afectivo.

No aceptar los límites naturales

Al igual que el postmodernismo con respecto a la modernidad, la propuesta T-P radicaliza y lleva hasta sus últimas consecuencias los postulados del cientificismo moderno. El postmodernismo contempla la ciencia y la técnica como algo desvinculado, no solo de la verdad de las cosas, sino también del sentido de las mismas. La actividad científica alcanza, desde esta perspectiva, una total autonomía de la ética.

Este modo de querer “usar” de la ciencia en el proyecto T-P está en íntima conexión con su concepción del hombre y de la ética. La modernidad centra la vida ética de la persona en su autonomía y la visión dualista de la persona la concibe como una conciencia libre que se autoconstruye según criterios que ella se da a sí misma, siendo lo corporal un ámbito más al servicio de ese yo o sujeto.

Si podemos dirigir la evolución a través de la bioingeniería, ¿por qué debemos dejar que siga su curso?, dicen los transhumanistas

La visión postmoderna es más radical: no hay proyecto de hombre ni existe un modo de perfección humana. Todo cabe en la esencia del hombre en cuanto esta se encuentra vaciada de cualquier propiedad que le sea característica. Si la modernidad ha intentado reducir la esencia humana a pura cultura, historia, economía o biología, la postmodernidad, y dentro de ella el T-P, pretende reconstruir el hombre en una realidad ateleológica donde los perfiles de lo humano se difuminan por completo. Esto muestra que en el inicio del proceso está el olvido o la no aceptación de la propia identidad humana con sus límites y condicionamientos.

Ya era algo presuntuoso en la modernidad mejorar y diseñar un hombre nuevo; pero por lo menos seguía existiendo el hombre. Con la ceguera postmoderna, la situación se hace más crítica, el antihumanismo más patente, porque no solo podemos deteriorar al hombre sino malograrlo del todo, pues es imposible reafirmar el hombre si partimos de una negación radical –mejor un olvido-, sobre lo que es el hombre.

Cuestión de preferencia

En otro artículo, Chiara Gatti (Centro di Ateneo di Bioetica, Universidad del Sacro Cuore de Milán) sostiene que la piedra de toque para probar si el transhumanismo respeta la dignidad humana es cómo considera a los discapacitados (4).

Es importante entender cómo definen la discapacidad los posthumanistas. En un trabajo titulado “No mejorar es incapacitar”, M. Quigley y J. Harris dan la definición que buscamos: discapacidad es “una condición física o mental que alguien, en virtud de una fuerte preferencia racional, no querría tener y que es también, en cierto sentido, perjudicial”. Definir la discapacidad en función de una preferencia resulta en una definición demasiado lata: un individuo puede considerar entonces perjudicial una condición que no tiene relación con la salud, que no es patológica.

La definición de mejora que proponen es la imagen especular de su concepto de discapacidad: “Una condición mejorada es una condición física o mental que uno preferiría racionalmente”. La insistencia en las preferencias racionales al definir tanto la discapacidad como la mejora, responde a la intención de eliminar toda distinción entre tratamiento y mejora, basándose en el rechazo del concepto de estado natural en que los humanos viven normalmente sin intervenciones médicas ni tecnológicas. En consecuencia, Harris y Quigley piensan que si se puede mejorar una función y no se hace, se daña a la persona interesada.

Cuando dicen que existe el deber no solo de curar, sino también de potenciar, se refieren particularmente a la mejora de la descendencia. Hoy, en la práctica, el campo en que el intento de un futuro posthumano comienza a ser decisivo es el de las opciones procreativas. Antes de cualquier posibilidad futurista, decidir quién puede nacer es ya una práctica establecida. Pensemos en el extendido uso del diagnóstico preimplantacional o prenatal para detectar anomalías en embriones o fetos a fin de impedir que nazcan abortándolos o eliminándolos antes de la implantación.

¿Futuro sin discapacidad o sin discapacitados?

El proyecto posthumano suscita cuestiones éticas en torno a la discapacidad porque el peligro de discriminación contra los discapacitados no es remoto. De hecho, autores como Harris, que sostienen que se ha de erradicar la discapacidad, reconocen el peligro e intentan mostrar que sus teorías no tienen efecto discriminatorio. La argumentación de Harris comienza con una distinción: admite que preferir “una persona no discapacitada a una discapacitada” es una forma de discriminación; por el contrario, para él es lícito preferir “producir (…) un individuo no discapacitado en vez de uno discapacitado”.

Pero hay más de una manera de “producir” un niño con intención de evitar que nazca con un discapacidad. La estrategia argumentativa de Harris es meter en el mismo saco prácticas diferentes: “probar suerte”, “cambiar la conducta”, “posponer la concepción”, “intervenciones terapéuticas o para mejorar”, “selección de embriones no implantados”, “aborto”. [Ahora bien,] la selección preimplantacional y el aborto son inmorales porque, con fines de eugenesia, ponen fin a la vida de un ser humano y son acciones contrarias al respeto debido a la aceptación de los hijos, implícita en el principio de igualdad.

El objetivo, caro al proyecto posthumanista, de alcanzar un futuro en que la gente pueda diseñar su descendencia, para tener hijos mejorados, atentamente examinado, es cuestionable. El acceso libre de los padres al “supermercado genético”, como lo llama Nozick, suscita preocupación. Concretamente, lo que esta pretensión tiene de malo es pensar que podemos diseñar personas: aunque esta práctica no se inserte en un proyecto eugenésico impuesto por “el poder”, supone una afrenta al respeto debido a todo hombre en sí mismo.

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Notas

(1) “Posthumano, más que humano”: Cuadernos de Bioética, n. 85: vol. XXV (2014), 3ª.

(2) L.M. Pastor y J.Á García Cuadrado, “Modernity and postmodernity in the genesis of Transhumanism-Posthumanism”, ibid., pp. 335-350. Como los demás artículos del número, se ha publicado en inglés; la presente versión española es de los autores.

(3) Fukuyama, F. Our posthuman future: Consequences of the biotechnology revolution, Farrar, Strauss and Giroux, New York, 2002. Habermas, J. El futuro de la naturaleza humana, Paidós Ibérica, Barcelona, 2002. Kass, L. “Ageless bodies, happy souls. Biotechnology and the pursuit of perfection”, The New Atlantis 1 (2003), 9-28; Beyond therapy: Biotechnology and the pursuit of happiness, Washington DC 2003.

(4) C. Gatti, “The question of disability in the post-human debate. Critical Remarks”, Cuadernos de Bioética, cit., pp. 445-456. Extracto traducido por Aceprensa.

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