Los hijos de padres casados siguen siendo mayoría

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La noticia es grata y está cargada de números: el 69% de los menores de edad en EE.UU. viven en hogares de padres casados. Bastante menos que en 1960, cuando eran el 88%, pero bastante más que en 2012, momento en el que constituían el 64%. Hay, pues, una tendencia a repuntar, cuyas consecuencias van ciertamente más allá de las cifras, por más que algunos intenten restarle valor al hecho de que las parejas firmen “un simple papel”.

Veamos primero algunos de los datos, recientemente publicados por el Buró del Censo de ese país. Los porcentajes referidos se traducen en que, de 73,7 millones de menores de edad, 47,7 millones viven con sus padres casados. Por cierto, no exclusivamente con sus padres biológicos, sino también con adoptivos o padrastros–no se especifica, en este aspecto, cuántos lo son de parejas homosexuales casadas–.

Las parejas de hecho suelen ser menos cooperativas en la crianza de los hijos

En línea con esta tendencia al alza, está también el número de niños y adolescentes que viven con padres en unión consensual –aquellos que, estando juntos, no han formalizado su relación como matrimonio–: si en 1996 eran apenas 1,2 millones, en 2015 se cifraban en 3,3 millones, lo que constituye un eco de otro fenómeno en ascenso: el de las parejas de hecho. Asimismo, también se ha incrementado el número de quienes, al regresar del cole, encuentran únicamente en casa a mamá o a papá, y más específicamente “a mamá”: en 1960, eran apenas un 8%; en 2015, un 23%. 

Ahora bien, al segmentar los números, se aprecia un desequilibrio de proporciones entre los diferentes grupos sociales que componen esa generalidad de “millones de menores de edad en hogares de padres casados”. Los que se llevan la palma son los chicos de origen asiático (83%), seguidos por los estadounidenses blancos (74%) y por los hispanos (60%). En último lugar quedan los menores afroamericanos: apenas un 34% de ellos viven con sus progenitores unidos en matrimonio.

Lo más común en España: nacer de un matrimonio

Si en determinadas instancias en España las cifras estadounidenses salieran en la conversación, podrían asombrar. Según los últimos datos registrados por el INE, correspondientes a 2014, los niños que aquí nacen de padres no casados constituyen el 42,5% del total de los nacimientos, todo un “salto de calidad” para quienes juzgan el matrimonio como una antigualla inútil. En 1980, los niños en tal situación eran apenas el 3,9%.

Más concretamente, el órgano estadístico informa que durante 2014 nacieron 427.595 niños; de ellos, 245.904 de madres casadas, y 181.691 de no casadas. Curiosamente, algunas fuentes citan este último número en plan más bien triunfal. La familia ya no gira en torno al matrimonio: el 43% de los niños nacen ya de parejas no casadas, titulaba el diario 20 Minutos en mayo pasado, un encabezamiento cuando menos engañoso al presentar el vaso medio vacío, pues esconde la otra parte de la realidad: que quienes aún nacen de padres casados son el 57%.

En España, el 57% de los niños nacen en hogares de padres casados

Citando un informe del Instituto de Política Familiar, el rotativo añadía que se estaba produciendo un trasvase de las parejas de derecho a las parejas de hecho. Sobre ese y otros datos, un investigador del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad Autónoma de Barcelona, Daniel Devolder, precisaba que ello se debía al acrecentado “rechazo” que provocaba el concepto del matrimonio y lo que este “representa”. Más adelante, pareció restarle importancia a la unión conyugal, al opinar que “no hay ningún beneficio material en casarse y los derechos del niño no cambian mucho si los padres están casados o no, por lo cual la tendencia parece imparable”.

Tan categóricas afirmaciones no se sostienen, sin embargo, ante las evidencias sobre la estabilidad material y emocional de los menores en dependencia del tipo de hogar en que crecen.

Los padres casados, mejor posicionados

Volvamos de nuevo a EE.UU. Allí también ha aumentado el número de niños que reside en hogares formados por dos adultos en unión consensual (de 1,2 millones en 1996 a 3 millones en la actualidad). Lo interesante es que, a diferencia de la ligereza con que Devolder despacha la cuestión –“no hay beneficio material” en que la pareja contraiga matrimonio–, expertos norteamericanos en temas de familia han diseccionado las uniones de hecho y advertido algunos aspectos que sí influyen en el bienestar del menor.

Según explica Child Trends, organización dedicada al estudio y la promoción del bienestar infantil, las parejas simplemente convivientes difieren de las casadas en algo más que no haber intercambiado anillos de boda. Las estadísticas constatan que, respecto a los casados, los miembros de las parejas de hecho con hijos suelen ser más jóvenes (ergo, quizás más inmaduros), tienen un menor nivel de estudios y, en consecuencia, perciben ingresos más modestos.

Para ilustrarlo mejor: más de cuatro de cada diez padres convivientes tienen entre 25 y 34 años, una franja en la que aparecen menos de tres de cada diez casados. Además, el 16% de las no casadas no ha acabado el bachillerato y un 35% no ha pasado por la universidad. Las que han contraído matrimonio les sacan ventaja en esto, con el 9 y el 21%, respectivamente. En cuanto a los niveles promedio de empleo, son manifiestamente mejores entre los casados que entre los únicamente convivientes: 78,5 frente a 72%.

En EE.UU., los menores que más viven con sus padres casados son, en orden descendente, los de origen asiático, los blancos, los hispanos y los afroamericanos

Tras todos estos fríos porcentajes subyace un componente psicológico, relacional, ecónomico, etc.. En el estudio “Fragile Families and Child Wellbeing”, de 2010, los investigadores Jane Waldfogel, Terry-Ann Craigie y Jeanne Brooks-Gunn señalan, por ejemplo, que existe evidencia de que las parejas de hecho muestran menos propensión que los matrimonios a poner sus ingresos en común y a invertir en bienes del hogar. A su vez, suelen ser menos cooperativos en las tareas relacionadas con la crianza de los hijos y pueden entrar en conflicto por esta causa con mayor probabilidad que los otros.

Muy a tono con lo anterior, los estudiosos norteamericanos señalan que los solo convivientes dedican menos tiempo a atender directamente a los niños, algo que se agrava cuando uno de los padres –el hombre, fundamentalmente– no es el biológico.

Más riesgo en las familias frágiles

Si esto ocurre en las parejas de hecho, queda muy poco a la imaginación respecto a la situación en los hogares monoparentales, principalmente en los formados por una madre soltera y sus hijos, que han ido al alza tanto en EE.UU. como en España (aquí, el 87% de los menores que viven con un único progenitor están en casa de la madre). 

El informe refiere algunos elementos en este sentido. La madre soltera, si además es trabajadora, no tiene con quién compartir las labores domésticas y, en consecuencia, no dispone de tiempo para dedicarle al menor. Además, es prácticamente ella sola quien debe dar respuesta a las necesidades inmediatas del hijo (alimentación, salud, apoyo para las tareas escolares, etc.) y velar, además, por sus propias necesidades. La economía hogareña, el ocio, las actividades extracurriculares del menor…, todo se resiente y agrava, además, por la ausencia de la figura paterna como referente complementario.

Esta situación, así como la de las parejas de hecho con hijos, es percibida por Waldfogel, Craigie y Brooks-Gunn como contextos frágiles en cuanto al bienestar y el desarrollo del menor. Si bien, a diferencia de otros estudios, no refieren diferencia en cuanto a resultados cognitivos entre los hijos de padres casados, los de solo convivientes y los de solteros, sí subrayan que, respecto a problemas de conducta, existe una “evidencia consistente” de que los chicos de los últimos grupos corren el riesgo de experimentar un desarrollo social y emocional más pobre que los del primero.

Ante los datos, queda solo alegrarse de que cada vez más chicos en EE.UU. vivan con sus padres unidos en matrimonio, con todo el aporte de estabilidad que ello conlleva. Y pedir a los entusiastas de las tendencias “modernas” en la familia que celebren menos y tomen nota del daño que provoca en los hijos que sus progenitores pasen de “firmar un simple papel”.

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