El Congreso de EE.UU. ha suprimido las subvenciones al etanol, el biocombustible que se usa mezclado con la gasolina y recibió un fuerte impulso hace algunos años. Preocupado por la mala situación económica, no quiso renovarlas, así que expiraron al terminar su periodo de vigencia el 31 de diciembre. La decisión se tomó por raro acuerdo entre partidarios de frenar el gasto público, ecologistas y otros grupos, y sin apenas lucha por parte del sector subvencionado. Señal de que las ayudas al etanol no son una causa popular en tiempos de crisis.
Los parlamentarios ni siquiera sintieron la necesidad de hacer concesiones a los electores de Iowa, el gran productor de maíz –materia prima del etanol norteamericano–, en vísperas de las elecciones primarias. La Asociación de Productores de Maíz de Iowa no reaccionó más que con una moderada queja expresada por su representante Dean Taylor. La medida reducirá los márgenes de los agricultores, advirtió, pero “no será fatal mientras siga siendo fuerte la demanda de etanol y gasolina” (The New York Times, 2-01-2012).
Tampoco han dado la batalla los productores de combustibles renovables. Un portavoz, Matthew Hartwig, dijo que su sector es probablemente el único que ha aceptado sin lucha que le quiten un subsidio. Reconoce que “la situación ha cambiado”: las ayudas “ya no son tan necesarias como hace solo dos años”. Por eso no cree que la medida vaya a afectar al precio del maíz ni a la producción de etanol.
Hasta ahora, el etanol era objeto de tres ayudas públicas en EE.UU. Dos se acaban de eliminar: las deducciones fiscales a las refinerías que lo suministran y los aranceles contra la importación de etanol extranjero. Permanece la exigencia, impuesta por ley, de añadir etanol a la gasolina en dosis crecientes de año en año.
Las deducciones fiscales suprimidas se instauraron hace más de treinta años y venían siendo renovadas sin falta desde entonces. El año pasado costó cerca de 6.000 millones de dólares a las arcas públicas.
Con los subsidios al etanol se pretendía reducir la dependencia del petróleo y la emisión de dióxido de carbono. En cuanto a lo primero, algo se ha conseguido: el etanol ahorra al país en torno a un 10% de gasolina.
En cambio, las credenciales ecológicas de este biocombustible han acabado siendo muy discutidas. El cultivo de maíz estimulado por subsidios aumenta el uso de fertilizantes, pesticidas y maquinaria, de modo que el balance energético y medioambiental del etanol es dudoso.
También se achaca al etanol el encarecimiento de los alimentos, en especial porque los subsidios inflan artificialmente los márgenes de los productores. Según la Government Accountability Office, organismo de auditoría e intervención del Congreso de EE.UU., la mayor demanda de maíz para el etanol ha hecho subir los precios, también los de la carne, pues este cereal se emplea para elaborar piensos.
El argumento más decisivo para eliminar los subsidios ha sido el déficit público. En tiempos como los actuales resultaba difícil justificar las subvenciones a una industria madura que debería valerse por sí misma. El Congreso ha entendido que el país no podía seguir permitiéndose ese lujo.